Cuando el prototipo de mujer triunfadora lo plasman cuatro cuarentonas cuya vida consiste en pescar a un marido adinerado, empaparse de glamour y no mover el culo ni para hacer de vientre, significa que algo no ha entendido bien esta sociedad moderna, que ya debería haber aprendido la diferencia entre un jarrón chino y una mujer. Es el caso de “Sexo en Nueva York”, una serie que desde la cabecera hasta los títulos de crédito, no deja de dar repelús ni un solo segundo. Pero lo verdaderamente deplorable es que existe toda una legión de seguidoras de las cuatro protagonistas que, si bien pretenden ser un modelo a seguir, no representan más que la superficialidad de una sociedad de féminas materialistas que precisan de zapatos caros y bolsos de Prada para disfrazar sus numerosas carencias.
Los cuatro vejestorios, liderados por el rostro equino de Sarah Jessica Parker, acaban de estrenar la secuela de la película basada en la serie de televisión. Pero esto no es una crítica de cine, pues la película ni la he visto ni la pienso ver, me basta con el trailer para saber que serán dos horas de argumento plano, diálogos de besugo y pésimas actuaciones, entre ellas el cameo de nuestra joyita Penélope Cruz – otra a la que dan ganas de ofrecerle un terrón de azúcar – y la heroína de las niñas repelentes, Hannah Montana. ¿Y dónde quedaron el encanto de Audrey Hepburn y Lauren Bacall en la alfombra roja? ¿Dónde quedaron los ideales de Jane Fonda y Susan Sarandon? Entre la pérdida del señor Hopper y el estreno de este engendro, los amantes del cine estamos de luto mientras el celuloide se viste de Prada.
Si Simone de Beauvoir saliera de su tumba para pasar un día en el mundo de los vivos celebrando su 100 cumpleaños volvería al sepulcro con ganas de no abandonarlo nunca más. Lo haría tras echar un vistazo al producto adulterado en el que se ha convertido la mujer del siglo XXI, donde la mano del hombre ha esculpido un modelo perfecto de frivolidad para exhibirlo en revistas, televisores y en los mejores cines, todo a cuenta de la dignidad de unos cuantos cuerpos plásticos como el tuyo, chica guapa. Si te das por aludida no te agraves, no es mi intención ofenderte con mis palabras, más bien me gustaría que dejases de ofenderte a ti misma. Al resto de mujeres que obvian que estas líneas no van dirigidas a ellas, sepan que, por muy afgano que el humilde autor de las mismas se sienta, siempre se declarará contrario a cualquier tipo de burka, ya sea el de tela o el de silicona y ya venga del islam o de L’Oréal París.
(Extraído del blog "Verdades como Truños")
(Extraído del blog "Verdades como Truños")
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