Slobodan Lekic
The Oakland Tribune
14/08/10
Cuando los Estados Unidos tiraron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, más de millón y medio de soldados soviéticos lanzaron un ataque sorpresa contra el ejército japonés que ocupaba el este de Asia. A los pocos días, el ejército de un millón de homes del Emperador Hirohito cayó.
Fue un giro transcendental en el frente del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial, eclipsado en los libros de Historia por las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki esa misma semana hace 65 años. En los últimos años, algunos historiadores sostienen que la acción soviética fue tan efectiva -o, posiblemente, más- que las bombas para poner fin a la guerra.
Ahora, un nuevo trabajo histórico de un profesor de la Universidad de California, Tsyuoshi Hasegawa, trata de reformar esta posición, alegando que el miedo a la invasión soviética llevó a los japoneses a optar por rendirse a los americanos, pensando que los tratarían con más generosidad que los soviéticos.
Las fuerzas japonesas en el noreste de Asia tuvieron su primer choque con los soviéticos en 1939, cuando el ejército japonés intentó invadir Mongolia. Su derrota en la Batalla de Khalkin Gol llevó a Tokio a firmar un pacto de neutralidad que mantuvo a la URSS al margen de la guerra en el Pacífico.
Tokio comenzó a prepararse para su confrontación con las fuerzas norteamericanas, inglesas y holandesas, provocando el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941.
Por aquel entonces, después de la rendición alemana del 8 de mayo de 1945 y sus derrotas en Filipinas, Okinawa e Iwo Jima, Japón miró hacia Moscú para mediar un final de la guerra del Pacífico.
Pero el líder soviético, Iosif Stalin, ya prometió a Washington y Londres que atacaría Japón tres meses después de la derrota de Alemania. Ya que luego, ignoró la súplica de Tokio y movilizó a más de un millón de soldados en la frontera de Manchuria.
La Operación Tormenta de Agosto comezó el 9 de agosto de 1945, cuando fue lanzada la bomba atómica sobre Nagasaki, y provocó la muerte de 84.000 soldados japoneses y 12.000 soviéticos durante dos semanas de combates. Los soviéticos terminaron a solo 50 kilómetros de la principal isla del norte de Japón, Hokkaido.
«La entrada soviética en la guerra tuvo un papel mucho mayor de lo que las bombas atómicas en la rendición japonesa, por hacer entender a Japón que no existía ninguna posibilidad de rematar la guerra a través de la mediación de Moscú», dice Tsuyoshi Hasegawa, autor del libro Racing the Enemy en el que se analiza el fin de la guerra del Pacífico basándose en archivos soviéticos recientemente desclasificados, así como documentación norteamericana y japonesa.
«El Emperador y el gobierno se apresuraron a poner fin a la guerra aguardando una mayor generosidad de los estadounidenses con Japón que de los soviéticos», afirmó Hasegawa en una entrevista.
A pesar de la cifra de muertos por los bombardeos atómicos -140.000 en Hiroshima u 80.000 en Nagasaki, el Mando Militar Imperial creía poder resistir una invasión aliada y mantener el control sobre Manchuria y Corea, que proporcionaban a Japón los recursos para la guerra, según Hasegawa y Terry Charman, un historiador de la Segunda Guerra Mundial del Museo de la Guerra de Londres.
«El ataque soviético cambió todo», afirma Charman. «Los dirigentes de Tokio se percataron de que ya no tenían ninguna esperanza y, en ese sentido, la Tormenta de Agosto tuvo un efecto mayor en la decisión japonesa de rendirse que el lanzamento de las bombas atómicas».
En los Estados Unidos, las bombas atómicas continúan siendo vistas como el último recurso contra un enimigo que parecía decidido a luchar hasta la muerte. El presidente Harry Truman y los líderes militares de los EEUU pensaban que una invasión a Japón costaría cientos de miles de vidas estadounidenses.
En este sentido, el historiador americano Richard Frank argumenta que, a pesar de lo terrible de las bombas atómicas, éstas salvaron de ir a morir a cientos de miles de soldados norteamericanos y a millones de japoneses, habiendo durado la guerra hasta 1946.
«En conocidas palabras del Secretario de Guerra Henry Stimson, (las bombas) fueron la “opción menos abominable” de una serie de terribles alternativas que barajaron los líderes estadounidenses», afirmó en una entrevista. «Las alternativas a las bombas atómicas no tenían garantías de acabar con la guerra y compartían un precio mucho mayor en muertes y sufrimiento humano».
Richard Frank, que está escribiendo la historia de la guerra del Pacífico en tres volúmenes, dijo estar en desacuerdo con Hasegawa al respecto de la importancia de la intervención soviética en la rendición japonesa.
Mas afirmó que estaban de acuerdo en que la última responsabilidad de lo sucedido fue del gobierno japonés y de Hirohito, que decidieron en junio llamar a filas a toda la población, hombres y mujeres, para luchar hasta la muerte.
«Por no estar previsto uniformar a estas personas, las tropas aliadas invasoras no podrían distinguir entre combatientes y no combatientes, convirtiendo cada villa japonesa en un objetivo militar», dijo Richard Frank.
El impacto del rápido avance soviético se dejó sentir en las palabras durante la guerra del Primer Ministro japonés, Kantaro Suzuki, instando a su gabinete a rendirse.
Palabras que aparecen en el libro de Hasegawa: «Si perdemos (la posibilidad) hoy, la Unión Soviética tomará no solo Manchuria, Corea y Sajalín, sino también Hokkaido. Debemos poner fin a la guerra mientras podamos tratar con los Estados Unidos».
El V-J Day (Victory in Japan Day, Día de la Victoria en Japón), el día que Japón dejó de luchar, fue el 15 de agosto (14 de agosto en los EEUU), y la rendición formal de Japón el 2 de septiembre.
Dominic Lieven, profesor de historia rusa en la London School of Economics, afirma que el sentimiento antisoviético en Occidente ayudó a minimizar los logros militares soviéticos.
Además, «muy pocos anglo-americanos vieron la ofensiva soviética en Oriente con sus propios ojos, y los archivos soviéticos no estaban abiertos a los historiadores occidentales».
Aun más sorprendente fue que incluso en Rusia la campaña fuera ampliamente ignorada. Aun a pesar de la magnitud de la victoria soviética, 12.000 muertos contra Japón poco pueden hacer contra los 27 millones de soviéticos que perecieron luchando a vida o muerte contra la Alemania nazi.
«La importancia de la operación fue enorme», afirma el general retirado Makhmut Gareyev, presidente de la Academia Rusa de Ciencias Militares, quien tomó parte en la campaña en 1945. «Entrando en guerra con el Japón militarista... la Unión Soviética precipitó el fin de la Segunda Guerra Mundial».
Extraído y traducido del blog camarada "Estoutras: Notas Políticas"
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