Que España (esa que mantienen en el trasero los franquistas y sus apóstoles, o sea, el PPSOE al completo) es un país raro, al que le cuesta Dios y ayuda ponerse al día en la cuestión de las libertades públicas, es una verdad tan grande como que Juan Carlos de Borbón podría aspirar al Nobel del Analfabetismo Funcional.
Desde 1979, fecha en que se saboreó el reconfortante aroma del comienzo de una época que podría ser diferente a todo lo vivido desde 1939, la posibilidad de ejercer nuestros derechos ha ido en regresión aritmética, gracias a la política desplegada por Felipe González “Mister X” (en el fondo, otro Borbón, aunque no pertenezca a tal ralea), seguido de José María Aznar El Genocida, que debería responder por crímenes de guerra ante un Tribunal Internacional (como su amigo Javier Solana), y ahora Zapatero el Gótico (cuya expresión facial y gestualidad, ante personalidades como Obama y Berlusconi, ganan en comicidad a su hermano Míster Bean); lo que se vive hoy en esa España espléndidamente retratada por aquel admirable ciudadano que se llamó Pepe Rubianes, es un conato de país en el que se practica una democracia que, según los representantes de las mafias que deciden las listas, es un sistema en el que se vota lo que quiere el pueblo. Tamaña falacia ha colado en muchas mentes.
Lo malo es cuando a ese pueblo le importa tres rábanos (si quieres, ponle huevos) quien gobierna, porque ha llegado a la conclusión de que todos los políticos son la misma “mierda”. De esa forma, entramos hace años en la trampa que anhelaba el Borbón: el neo franquismo. O si me apuran, el Sufragio Vertical; es decir, yo decido a quien debes votar entre X y Z, creyendo que así puedes elegir entre por opciones en apariencia diferentes, cuando en el caso del PP-PSOE son exactamente lo mismo, porque sólo ellos han gobernado bajo las mismas leyes ilícitas de un capitalismo irracional, recortado las conquistas laborales y sumido al electorado y al país en un averno nihilista, suspicaz, inculto, en paro, fracasado y utilizado como mamporrero en las políticas de invasión y saqueo de naciones soberanas.
Sabemos que no todos los políticos están cortados por el mismo Patrón (es decir, un tal Obama, a su vez monaguillo del Banco Mundial), pero las posibilidades de acceso al poder en una comunidad o de nivel nacional por parte de la izquierda, hoy son nulas. Y más aún cuando esa ideología ha quedado reducida a su mínima expresión, merced a la “evolución” (siempre hacia la derecha) desplegada por IU y sus derivados autonómicos. Nos queda el consuelo municipal, donde se exige echar un olé a la coherencia, coraje y honestidad de Rafael Sánchez Gordillo en Marinaleda (Sevilla), Pepe Barroso en Puerto Real (Cádiz) y José Antonio Ponce en El Borge (Málaga). Y hay algunos más, que espero me disculpen por no citarlos.
Este país, que retrataron con duras palabras literatos, poetas, pintores, filósofos y políticos honrados (que los hubo), parece no tener remedio en su manía de alcanzar la ignominia judicial, el esperpento militar, la miseria monárquica y la cobardía política, en un viaje a ninguna parte, que algún día lamentarán nuestros nietos. Como decía Fidel Castro muy sabiamente, es algo que les sucede a las naciones que una vez fueron Imperios (Italia, España, Gran Bretaña, y pronto USA), que no soportan la humillación de haber pasado de ser Madres Patrias y Conquistadores Gloriosos, a no ser más que un trozo de historia manipulada, repleta de crímenes y venganzas, genocidios y saqueos bestiales, y tener que tragarse años después ironías rítmicas como “Los Hermanos Pinzones”, contemplar la camiseta del gran dibujante y amigo Andrés Vázquez de Sola con la leyenda “Me Cago en el V Centenario”, los discursos de Chávez y la presencia de Fidel con sus envidiables 84 años; en la tierra del delincuente Berlusconi, reconforta verle crispado cuando suena en la radio el tema “Italia d’ Oro” (espléndida y magistral canción de Pier Angelo Bertoli), soportando la programación y revisión de filmes como “Salo” (insuperable Pasolini) o “El Juicio Universal” de Vittorio de Sica (que hoy tiene tanta o más vigencia que en aquel 1961) y los textos de un irrepetible Darío Fo, tan necesario como nuestro querido y admirado Alfonso Sastre, que fustiga al neo fascismo de Don Silvio, atracador en sesión continua al que El País, El Mundo y demás papel inservible veneran y adulan, porque es el Padrino que bien pudiera un día no muy lejano quedarse con sus diarios y emisoras. Hay que lamer la mano del que te da de comer, que es un signo democrático.
España es más que un país raro, donde se matan mujeres y novias, donde se tortura a los detenidos, se maltrata y asesina “culturalmente” a los toros, se canta a los Cristos yacentes, y a las Vírgenes con cara de haber pagado la luz, aunque haya personas en Zaragoza que llamen puta a la Macarena, sevillanos que tildan de zorra a la del Pilar, mientras los nazarenos del Ku Klux Klan jalean a las espontáneas/os que se desgañitan dos minutos para romperse la garganta y hacer llorar de histeria a las Duquesas de Alba y a las ingenuas y bondadosas feligresas, que aún creen que irán al Paraíso cuando mueran. Eso no se lo cree ni Benedicto XVI, para quien esta vida es una y hay que disfrutarla con dinero, ocultando pecadillos de sus cardenales y obispos, que al fin y al cabo solo han abusado carnalmente de miles de criaturas, porque su amor es más fuerte que la fe. España es un país enamorado de la muerte, de la sangre, del dolor, el odio y la desmemoria. Es la herencia del imperio, de las dinastías monárquicas, de los golpes de estado, las dictaduras, la Falange, el Opus Dei, del terrorismo franquista.
Sólo en una nación tan atípica se puede comprender que unas gamberradas, como quemar un contenedor o un cajero automático, puedan ser constitutivas de delito en una localidad vasca, penado hasta con 11 años de cárcel, mientras en otra villa, pongamos gallega o castellana, no pasarían de ser consideradas como un delito de daños contra el patrimonio, y por tanto, aplicando el artículo 266 del Código Penal referido al tema, solicitar una pena máxima de tres años.
Y es que España es un país que ha criminalizado al pueblo vasco a lo largo de la historia, castigando con una severidad infame la práctica del idioma, multando, incluso fusilando a sus ciudadanos por cantar himnos patrióticos. De aquellos barros llegaron estos lodos, y me refiero a la presencia en el gobierno de aquella nación, de un tándem impensable hace años, que llegó a un pacto contra natura, gracias a la impericia y pusilanimidad de muchos dirigentes del PNV actual, salvo excepciones contadas con los dedos de la mano.
España es un país que disfruta hablando de desgracias y pandemias, de accidentes y calamidades. De esa forma, quien se halla en casa se consuela diciendo: menos mal, a mi no me ha tocado esta vez. Sólo hay que presenciar un Telediario de cualquier cadena, para constatar que el éxito de la revista El Caso aún colea.
España es un sitio jodido, con unos medios que criminalizan, por órdenes de Interior, a quienes levantan la voz para denunciar la falta de libertades, acusando a aquellos que se niegan a pasar por el aro de la mentira y la manipulación, fustigando a quienes recuerdan el genocidio de Franco (jamás condenado por el Borbón), insultando a los jóvenes solidarios con la inmigración y los sin techo llamándoles anti sistema, golpeando a quienes se muestran indignados con la cifra de 5 millones de parados, despreciando a aquellos/as que se alegran por la prohibición en Catalunya de las lamentables corridas de toros.
Con eso y todo, aún Zapatero se pregunta ¿por qué tengo tan poca aceptación? Lo malo no es ese dato, sino que un iletrado con aspiraciones presidenciales como Rajoy le vaya a quitar del medio.
España es un país raro. En 1979, en el Parlamento, paseaban y debatían gentes como Dolores Ibárruri “La Pasionaria”, Rafael Alberti, Fernando Sagaseta, Francisco Letamendía llamando fascista al ese espectro llamado Manuel Fraga, Santiago Carrillo (antes de echar al PCE a las fieras del PSOE) y otras figuras de indudable importancia histórica y política. Mejor correr un tupido velo acerca de las y los ciudadanos que dicen representar a esta sociedad. Sólo imaginar un debate entre Sagaseta y Zapatero, entre La Pasionaria y María Teresita Fernández de la Vega, entre Carrillo y Rajoy, entre Letamendía y Rubalcaba, le entran a uno la congoja y las ganas de volver a Cuba de inmediato. Y conste que no es nostalgia. Es una verdad tan sólida como una mezquita, aunque millón de veces menos hermosa.
Pienso en esas madres vascas que suelen estar atentas a lo que sucede en las calles cercanas a su casa, no sea que uno de sus hijos, tras el botellón, deje caer en un contenedor una foto ardiente de la novia que acaba de dejarle, y no aparezca hasta cuatro días después con la cara deformada, dos costillas rotas y un papel en el que se le comunica que está acusado de actos terroristas.
Más que extraño, este país es invivible. El amor a la vida, a la concordia, al diálogo, a la paz, que uno ha saboreado en Cuba durante seis años, se me ha trocado en trago amargo al regresar, ya hace un año, a este emporio de mentira, doblez, hipocresía, corrupción y franquismo.
Habrá que poner fuego, digo tierra y océano, de por medio… ¿En qué estaría pensando?
Por Carlos Tena para Kaosenlared.net
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