Pena, penita, pena. Y asco, mucho asco. Son dos de las sensaciones que más frecuentemente me invaden cuando miro mi carnet de identidad y veo en él impreso mi supuesta nacionalidad española. “Sí, yo soy español, lo soy/ a la manera de aquellos que no pueden/ ser otra cosa: y entre todas las cargas/ que, al nacer yo, el destino pusiera/ sobre mí, ha sido ésa la más dura”, me digo junto a Cernuda.
También rabia, mucha rabia. E impotencia. Impotencia al mirar a mi alrededor y ver a mi pueblo anestesiado, dormido, sin ganas de pensar. Ver como el pueblo andaluz se dejó embaucar por los cantos de sirena de una patria que no es tal, más allá de la miseria, el hambre, la explotación y la dependencia a la que históricamente ha condenado a esta tierra. “Oh hermano mío, tú. / Dios, que te crea, / será quién comprenda / al andaluz”. Insisto junto al poeta.
Son días como hoy en los que miro al cielo y me pregunto: ¿hasta cuándo? “Me pesaba la vida como un remordimiento; quise arrojarla de mí/ Mas era imposible, porque estaba muerto y andaba entre los muertos”. ¿Así estará mi pueblo?, ¿estará cercano el día en que lleguemos a entender la imperiosa necesidad de arrojar a España al basurero de la historia, y entonces nos daremos cuenta que hemos estado muertos, bien muertos? Eso me temo. “Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos/ Adonde ahora todo nace muerto/ Vive muerto y muere muerto”. Pues eso.
El silencio cómplice nos delata. Nos hace uno con el enemigo, con la indignidad, la inmoralidad, con la injusticia. Una de las instituciones más dignas que han existido jamás en suelo andaluz, creada por un hombre digno como pocos, señalada ahora por el dedo inquisidor, y casi nadie hace nada para impedirlo, al revés, aplauden. La Asociación pro Derechos Humanos de Andalucía, que ya no lo es tal, ahora es también parte del “entorno terrorista”. Diamantino revolviéndose en su tumba, el pueblo andaluz otra vez humillado. “Lo que el espíritu del hombre / Ganó para el espíritu del hombre/ A través de los siglos/ Es patrimonio nuestro y es herencia/ De los hombres futuros. / Al tolerar que nos lo nieguen / y secuestren, el hombre entonces baja / ¿Y cuánto?, en esa dura escala/ Que desde el animal llega hasta el hombre”. Cuanta decadencia humana y moral nos rodea por doquier. Asco de España, el país de la patraña.
Asco, asco, y mil veces asco. Asco de ese Estado que permite sonriente la tortura y el quebranto de los Derechos humanos más elementales, mientras persigue, condena y reprime a quienes tienen la osadía de alzar su voz en nombre del humanitarismo más básico para denunciarlo. Asco de Estado que cancela Jornadas en pro de los Derechos Humanos, mientras tiñe con el rojo de la sangre celdas, calabozos y otros potros de tortura modernos. Y asco de todo aquel que se va a Cuba a buscar el llanto por los Derechos humanos, mientras justo al lado de casa hay cientos, miles de hombres y mujeres llorando. “Un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo/ En creer que la razón de soberbia adolece / y ante el cual se grita impune: Muera la inteligencia, predestinado estaba/ A acabar adorando las cadenas/ y que ese culto obsceno le trajese/ Adonde hoy le vemos: en cadenas, / Sin alegría, libertad ni pensamiento”.
Diamantino, que tu Dios te guarde en su gloria, porque la gloria de tu memoria no la ha sabido guardar tu pueblo. Pobre Andalucía. Muerta por y para España.
Escrito el 6 de marzo de 2010 por Pedro Antonio Honrubia Hurtado para Kaos en la Red.
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