Ayer noche, en el espacio cinematográfico Versión española de la televisión estatal, tuvimos la ocasión de ver la película Las trece rosas (filmada bajo las órdenes del director Emilio Martínez Lázaro, y con un guión de Ignacio Martínez de Pisón escrito en base al libro Trece rosas rojas, de Carlos Fonseca).
El filme versa acerca de la historia de las Trece Rosas, un grupo de trece mujeres fusiladas en agosto del 39 en Madrid a manos del bando nacional. La mayoría de ellas pertenecían a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), estando algunas afiliadas al Partido Comunista de España (PCE). Evidentemente, el nexo que las unía a todas ellas era la pertenencia o relación con los movimientos contrarios al régimen instaurado por Franco y sus secuaces. Así, tras el seguimiento y posterior tortura durante los interrogatorios, las Rosas ingresaron en la prisión de mujeres de Ventas, sita en Madrid y en la cual (durante la guerra civil y la posguerra) el régimen franquista hacinó a las presas en condiciones inhumanas. Las Trece Rosas son juzgadas, junto a otros 43 hombres, por un Tribunal Militar que les condena a muerte por defender o colaborar con las ideas antifascistas y solidarias que caracterizan al movimiento comunista y socialista.
Dejando a un lado el sentimentalismo del que pueda pecar la película de Martínez Lázaro, no podemos negar la valentía de unas mujeres que defendieron hasta el final sus ideas revolucionarias. Sin embargo, no debemos olvidar que ésta es una más de la multitud de historias que pueblan el imaginario colectivo sobre los desastres de la guerra, lo que ahora damos en llamar “la memoria histórica”. En efecto, al igual que cayeron las Trece Rosas, lo hicieron revolucionarios y revolucionarias luchando por la libertad del pueblo, defendiendo unas ideas que habrían de llevarlos a la tumba.
Esto es algo de lo que no se habla en este país, o que, como mucho, se relega al ambiente cerrado y familiar, en el que los secretos de este calibre son sagrados; aquí podemos ver una muestra del daño que hicieron la represión y el miedo institucionalizados durante el régimen que sometió a la clase trabajadora aragonesa y a las clases populares españolas. Aún hoy existe un pánico general a la sola mención de los crímenes perpetrados durante la guerra y la posguerra, y de los cuales los culpables no fueron los defensores de la República, elegida democráticamente como esperanza por parte de las clases populares en su atisbo de la Revolución. La entera culpa del horror de la guerra corresponde al bando sublevado, que atentó contra el ejercicio de la democracia mediante un golpe militar, usando la razón de la fuerza, y no la fuerza de la razón, demostrando que sus argumentos no se sostenían sin violencia.
Y así, aún hoy aquellos que vieron con sus propios ojos el espanto y las atrocidades de la guerra lo recuerdan vivamente, y se nos acercan viendo que portamos banderas rojas para contarnos lo que vieron. Ayer, con motivo del Primero de Mayo, y mientras varios compañeros nos encontrábamos a la espera de que comenzase la manifestación de nuestro sindicato, escuché el relato de dos hombres, hablando de las barbaridades que se ejercieron sobre las mujeres, mutilándoles los pechos y rapándolas al cero, o denunciando la alianza de los fascistas con los burgueses y las Iglesia. “Seguimos igual” nos decíamos, “el ciclo se repite”. Y aún más de cerca puedo hablar, contar la memoria de mi bisabuelo, fusilado por sus ideas socialistas al comienzo de la guerra. O la de mi abuela y algunos más, quienes de noche se llevaban de los cuarteles lo que por la mañana les habían robado los falangistas. Y vosotros, si no es directamente, podréis conocer un montón de episodios a partir de gente de vuestro alrededor.
Y ahora, el juez Garzón comienza a denunciar el franquismo, cosa que no se ha hecho durante estos 35 últimos años. Pero no nos lancemos a defender de cabeza al señor Garzón, porque también es él quien ha reprimido y reprime nuestras voces, haciendo juego a la "dictablanda" en la que nos hallamos sumidos desde lo que se llama Transición y no lo es. No lo es, porque los que ostentan ahora los altos cargos eran los que ya lo hacían con Franco. No lo es, porque no se ha condenado claramente el franquismo, y a sus adeptos se les sigue rindiendo homenaje, como hemos visto con el fascista Samaranch hace unos días. No lo es, porque nuestra forma de gobierno es una monarquía colocada en su puesto por un dictador. No lo es, porque todos los que hemos sufrido y sufrimos aún la herencia de los cuarenta años de represión no tenemos nada con lo que resarcir las vidas de los que cayeron en la lucha. Lo que el señor Garzón está haciendo no es dar la voz al pueblo, sino colgarse medallas jugando a la demagogia capitalista y burguesa que caracteriza a la "dictablanda" del consorcio bipartidista PP-PSOE.
Como pueblo trabajador tenemos el deber de alzar la voz contra los que, desde siempre, nos han cerrado la boca y tapado los ojos. Librarnos de unas cadenas que llevan demasiado tiempo sobre nuestras carnes, y denunciar lo que palpamos día a día en las calles: una burguesía que expropia nuestro trabajo, haciendo negocio con la producción que nosotros, los trabajadores, llevamos a cabo; un fascismo que llama a la xenofobia, al racismo y al patriotismo para socorrer a la burguesía, necesitada del proteccionismo comercial, en el que no cabe la solidaridad y a las personas se las mide en avales; unos medios de comunicación que coartan nuestros pensamientos, llevándolos en una sola dirección; una jerarquía religiosa que busca en algún dios una ayuda para sus cotizaciones en Bolsa; una sociedad alienada, con la juventud más interesada en el fútbol que en la filosofía. Todo lo que vemos ahora es reflejo de lo que han hecho anteriormente, como debemos comprender mediante el método marxista.
No olvidemos nunca quiénes somos, porque en nosotros reside la fuerza de la Revolución. Esa Revolución por la que tantos hombres y mujeres han derramado su sangre, y cuyo testigo recogemos ahora. Queremos una República Popular, de la clase trabajadora, internacionalista y solidaria. Por ella luchamos.
Por Irae, camarada redactora del blog hermano "Pueblo Aragonés".
No hay comentarios:
Publicar un comentario