15 de junio de 2010

Samaranch, el falangista olímpico

Joan Antonio Samaranch fue un personaje clave de la oligarquía catalana y jerarca de la dictadura que nunca renegó de su pasado y siempre elogió la figura de Franco. Las reacciones ante su muerte, el pasado 21 de abril, constituyen todo un símbolo no sólo de la prodigiosa capacidad de adaptación de la burguesía catalana, sino de la profundidad de la ley de hierro de amnesia histórica que rige en esta segunda restauración borbónica.

Samaranch nació el 17 de julio de 1920, dentro de una de las 100 “sagradas familias de Barcelona”. La fábrica textil de su familia fue colectivizada en la guerra civil. Fue interrogado por su pertenencia a la CEDA, aún así fue movilizado en el ejército republicano. En pocas semanas descubrió que lo de disparar a sus compañeros fascistas no iba con él. Se inscribió en una unidad sanitaria. Por pelota, consiguió un permiso a Barcelona y desertó. Se escondió hasta el final de la guerra.

Estudió en la Escuela de Negocios del Opus Dei. Fue interesándose por el deporte a principios de los años 40, consiguiendo la organización en Barcelona de los campeonatos mundiales de hockey en 1951. Esto significó un gran éxito personal en un momento en que el régimen, aislado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, buscaba desesperadamente el reconocimiento internacional.


Ese mismo año escribió a Felipe Acedo Colunga, gobernador civil de Barcelona y jefe provincial de la Falange, para solicitar la designación de concejal del Ayuntamiento de Barcelona. Los informes recabados, según consta en los archivos del gobierno civil, no tienen desperdicio. El primero, nº 994, le es sumamente favorable, al señalar que “fue uno de los pocos falangistas presentes durante los días de la huelga” de tranvías, la primera movilización popular desde 1939; pero el segundo, nº 884, consideraba que “se ha divulgado demasiado los regalos de automóviles a sus numerosas y cambiantes amigas”, lo cual lo inhabilitaba para ejercer un cargo público.

La organización de los Juegos Mediterráneos de 1955 celebrados en Barcelona y el carné de Falange le auparon a convertirse en concejal. Pero su conducta “moral”, de puterío, a punto estuvo de tirarle por el suelo sus aspiraciones. Con un matrimonio allanó el camino y desde aquí subió como la espuma hasta nuestros días.

Tras su muerte, un pacto de silencio, solo 39 artículos de 123, se refirieron a su pasado franquista, y éstos en la mayoría de casos para disculparlo. Eso hicieron los medios españoles, pero sobre todo los medios anglosajones no le dieron cuartel. Afirmando su complicidad con la corrupción en el deporte, la máquina de hacer dinero de los juegos olímpicos, etc. Otros como el rotativo Kurier, para quien su gestión al frente del COI estuvo “al servicio de los fascistas” y señaló cómo, bastantes años después de la muerte del dictador, declaraba en una entrevista que “Franco aportó a España el mayor periodo de paz y prosperidad en muchos siglos”.

Según La Stampa “el oscuro pasado con la camisa azul falangista le ha acompañado toda la vida hasta la tumba”. Aunque si me tengo que quedar con uno, os dejo el orbituario The Financial Times “fue el gran superviviente; probablemente el último de su generación de políticos fascistas europeos que permaneció activo en la vida pública”. Amén.

(Extraído del blog de "Unaikistán", sección de HNT, hinchas antifascistas del Athletic)

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