Bahar Kimyongür
21/10/2011
Libia/Mundo árabe
Sirte, o la Stalingrado del desierto, había resistido con su sangre a la barbarie celeste de la OTAN y sus mercenarios indígenas.
En medio de las ruinas humeantes de la villa mártir, un león yace muerto. Un león que, tanto en su vida como en su muerte, había rendido su ferocidad al servicio de su Patria, de su Pueblo, su Continente y de todos los condenados de la Tierra.
En torno a este cuerpo agonizante, cual ratas hambrientas, los bárbaros del CNT y de la OTAN se disputaron los trozos de su noble carne.
"Somos nosotros quienes lo hemos eliminado", claman las ratas desde Washington a París.
"No, fuimos nosotros", retrucan las ratas cipayas locales.
El cuerpo lacerado de Gaddafi es el de la Libia lacerada, servido en bandeja a la OTAN y al CNT.
La Libia de Gaddafi era un país férreo. Sus ciudadanos no debían pedir limosna a la puerta de los amos europeos.
La Libia de Gaddafi era un país próspero. Era El Dorado de África. Una tierra de abundancia que proporcionaba pleno empleo.
La Libia de Gaddafi era un país generoso. Escuelas gratuitas muñidas de los más modernos equipamientos. Hospitales gratuitos donde nada faltaba. Esta Libia, entre otras cosas, había financiado el RASCOM 1, un satélite de comunicaciones que iba a permitir a todos los africanos hablar por teléfono casi gratuitamente, a ellos que pagaban una de las tarifas telefónicas más caras del mundo. Europa había llegado a colonizar los recursos de comunicación africanos, forzando al continente a desembolsar 500 millones de dólares al año para permitir el uso de sus satélites europeos para la telefonía africana.
La Libia de Gaddafi era un país solidario. Dotado de un ministerio encargado de apoyar la revolución allá donde surgiese, esta Libia acogió con los brazos abiertos a todos los luchadores del mundo, ha financiado innumerables movimientos de liberación: Black Panthers, militantes contra el Apartheid, militantes de Chile, El Salvador, Angola, Euskal Herria, Irlanda Palestina... Poseídos por sus viejos fantasmas, periodistas europeos habían informado acerca de que militantes francotiradoras de las FARC habían sido enroladas en el Ejército libio. Pura intoxicación. Como revancha, los guerrilleros tuareg del Frente Polisario, el movimiento de liberación del Sahara Occidental, protegían la ciudad de Trípoli de la barbarie de la OTAN y el CNT.
La Libia de Gaddafi puso en práctica la democracia directa. Gaddafi no tenía más que un rol simbólico, aquel del viejo sabio a la vez temido y respetado. La población fue impulsada a debatir y elegir su destino a través de Comités Populares, sin necesidad de parlamentos.
Por desgracia, esa Libia no logró sobrevivir como una democracia estable. Las luchas personales tomaron prioridad sobre los intereses colectivos. Como numerosas revoluciones, la Libia de Gaddafi conoció la degeneración ideológica y el cotejo de sufrimientos e injusticias que la siguió.
La Libia de Gaddafi no logró instaurar la concordia entre los clanes y tribus de la Tripolitania y la Cirenaica.
La Libia de Gaddafi creyó que sólo la fuerza pondría a raya las maquinaciones yihadistas de Al Qaeda, de los oportunistas y de los rebeldes pro-occidentales.
La Libia de Gaddafi trató de quebrar su aislamiento internacional "abriéndose al mundo", pensando que las ratas del Elíseo, de Downing Street, del Palacio Chigi o de la Casa Blanca vendrían a comer de su mano. Estas ratas, que en realidad se habían colocado subrepticiamente en las mangas de su túnica, que habían aprovechado la situación de tal apertura para infiltrarse en el país, sabotearlo, arruinarlo y drenar sus riquezas para el siglo XXI.
Ahora las ratas europeas y las del CNT sacian su sed en la melena del león.
Mas el león fue despojado de sus garras para reunirse con Lumumba y Sankara, los otros hijos y mártires del África heroica.
¡Bebed, hordas de cobardes, bebed! ¡Que su sangre hierva vuestras entrañas como el Zaqqoum!
¡Llorad, patriotas libios, llorad! ¡Que vuestras lágrimas ahoguen a vuestros verdugos y a sus armas!
21/10/2011
Libia/Mundo árabe
Sirte, o la Stalingrado del desierto, había resistido con su sangre a la barbarie celeste de la OTAN y sus mercenarios indígenas.
En medio de las ruinas humeantes de la villa mártir, un león yace muerto. Un león que, tanto en su vida como en su muerte, había rendido su ferocidad al servicio de su Patria, de su Pueblo, su Continente y de todos los condenados de la Tierra.
En torno a este cuerpo agonizante, cual ratas hambrientas, los bárbaros del CNT y de la OTAN se disputaron los trozos de su noble carne.
"Somos nosotros quienes lo hemos eliminado", claman las ratas desde Washington a París.
"No, fuimos nosotros", retrucan las ratas cipayas locales.
El cuerpo lacerado de Gaddafi es el de la Libia lacerada, servido en bandeja a la OTAN y al CNT.
La Libia de Gaddafi era un país férreo. Sus ciudadanos no debían pedir limosna a la puerta de los amos europeos.
La Libia de Gaddafi era un país próspero. Era El Dorado de África. Una tierra de abundancia que proporcionaba pleno empleo.
La Libia de Gaddafi era un país generoso. Escuelas gratuitas muñidas de los más modernos equipamientos. Hospitales gratuitos donde nada faltaba. Esta Libia, entre otras cosas, había financiado el RASCOM 1, un satélite de comunicaciones que iba a permitir a todos los africanos hablar por teléfono casi gratuitamente, a ellos que pagaban una de las tarifas telefónicas más caras del mundo. Europa había llegado a colonizar los recursos de comunicación africanos, forzando al continente a desembolsar 500 millones de dólares al año para permitir el uso de sus satélites europeos para la telefonía africana.
La Libia de Gaddafi era un país solidario. Dotado de un ministerio encargado de apoyar la revolución allá donde surgiese, esta Libia acogió con los brazos abiertos a todos los luchadores del mundo, ha financiado innumerables movimientos de liberación: Black Panthers, militantes contra el Apartheid, militantes de Chile, El Salvador, Angola, Euskal Herria, Irlanda Palestina... Poseídos por sus viejos fantasmas, periodistas europeos habían informado acerca de que militantes francotiradoras de las FARC habían sido enroladas en el Ejército libio. Pura intoxicación. Como revancha, los guerrilleros tuareg del Frente Polisario, el movimiento de liberación del Sahara Occidental, protegían la ciudad de Trípoli de la barbarie de la OTAN y el CNT.
La Libia de Gaddafi puso en práctica la democracia directa. Gaddafi no tenía más que un rol simbólico, aquel del viejo sabio a la vez temido y respetado. La población fue impulsada a debatir y elegir su destino a través de Comités Populares, sin necesidad de parlamentos.
Por desgracia, esa Libia no logró sobrevivir como una democracia estable. Las luchas personales tomaron prioridad sobre los intereses colectivos. Como numerosas revoluciones, la Libia de Gaddafi conoció la degeneración ideológica y el cotejo de sufrimientos e injusticias que la siguió.
La Libia de Gaddafi no logró instaurar la concordia entre los clanes y tribus de la Tripolitania y la Cirenaica.
La Libia de Gaddafi creyó que sólo la fuerza pondría a raya las maquinaciones yihadistas de Al Qaeda, de los oportunistas y de los rebeldes pro-occidentales.
La Libia de Gaddafi trató de quebrar su aislamiento internacional "abriéndose al mundo", pensando que las ratas del Elíseo, de Downing Street, del Palacio Chigi o de la Casa Blanca vendrían a comer de su mano. Estas ratas, que en realidad se habían colocado subrepticiamente en las mangas de su túnica, que habían aprovechado la situación de tal apertura para infiltrarse en el país, sabotearlo, arruinarlo y drenar sus riquezas para el siglo XXI.
Ahora las ratas europeas y las del CNT sacian su sed en la melena del león.
Mas el león fue despojado de sus garras para reunirse con Lumumba y Sankara, los otros hijos y mártires del África heroica.
¡Bebed, hordas de cobardes, bebed! ¡Que su sangre hierva vuestras entrañas como el Zaqqoum!
¡Llorad, patriotas libios, llorad! ¡Que vuestras lágrimas ahoguen a vuestros verdugos y a sus armas!
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