16 de marzo de 2010

Público, el Gobierno y Monteira, ecce homo

A Félix Monteira, director de Público, le acaban de nombrar Secretario de Estado.
He aquí al hombre: ecce homo.

Esta es la noticia tal y como aparece en Público: aquí puedes leer la noticia tal y como aparece en Público.
Por cierto, debajo de retratos de Marx, Lenín, etc. y el enternecedor lema: “Han querido callarlos de muchas maneras. Cada sábado en Público volverán a tener voz”.

¿A que conmueve? ¿A que se te ha puesto toda la carne de gallina?

Me alegro por él, si por fin ha conseguido lo que quería.

Han intentado callar a Monteira de muchas maneras. Pero ahora por fin, con el Gobierno, volverá a tener voz: ecce homo.

No conozco a Monteira, sólo le vi una vez en mi vida, tomando unas cañas. Ya llevaba un año de director en el periódico donde yo escribía a diario desde el número cero, pero ésa fue la primera vez que me llamó. Para decirme que me echaba de Opinión, aunque podía seguir en la sección de Cultura. Y que, por supuesto, aquello no implicaba en modo alguno ninguna censura y patatín, patatán. No, qué va.

El presidente del Gobierno tiene derecho a nombrar Secretario de Estado a quien le apetezca y Monteira tiene el derecho a aceptar un puesto si se lo ofrecen.

Claro que sí.

Pero ¿es decoroso? ¿Favorece la visión de una prensa libre? ¿No suena un poco a recompensa por servicios prestados?

¿A ti qué te parece?

¿No te da un poco de vergüenza ajena?

Ecce homo, Monteira:
¿A que parece el mismísimo Robert Redford haciendo el papel de periodista independiente, siempre contra el poder, inasequible al halago o al soborno?

Y pensar que aún hay quien me pregunta por qué no me quedé en Público, con lo a gusto que estaría yo en Culturas, etc.).

Siempre comenté con Nacho Escolar, el primer director, que el pecado original de la prensa española era el incesto. Políticos y periodistas, desde la Inmaculada Transición, llevan comiendo juntos todas las semanas, compadreando, haciéndose cucamonas e intercambiándose favores. Así nos va. Lo de Monteira es lo normal, lo habitual en un país con una prensa con hábitos propios de dictadura bananera.

Mi primera gran discusión en Público fue porque un jefecillo (me acuerdo, sí, de su nombre, pero paso de decirlo: está ahora en El País tan contento) montó en cólera: me había metido con un ministro al que él acababa de entrevistar. Según él, yo no podía hacer eso porque entonces nadie le iba a conceder nunca más entrevistas. Qué pena, verdad. Con el poder hay que ser amable y sumiso, claro está.

 Conceder entrevistas no da impunidad ni garantiza trato de favor: yo escribo lo que me da la gana -dije. Y lo escribí, porque el entonces director, Nacho Escolar, me apoyó (como me apoyó siempre).

De hecho, lo primero que le dije a Nacho, cuando me ofreció trabajar en el nuevo periódico fue que yo era muy crítico con el PSOE y que, si se trataba de hacer un periódico para apoyar al PSOE, no era partidario.
 Me parece estupendo. No se trata de eso ni puñetera falta que hace que tú seas partidario del PSOE. Tuvimos altercados y broncas monumentales, pero siempre me apoyó frente a las presiones (nada sutiles) de la empresa y las del Gobierno. Las broncas se debían a mi fea costumbre de dar nombres y señalar con el dedo. Puedes criticar la política sanitaria, por ejemplo, pero no decir que las palabras Trinidad Jiménez. Yo decía a menudo las palabras Javier Solana, Trinidad Jiménez, Carme Chacón, etc.

Así me fue, claro.

Así le ha ido a Monteira, claro.

Con Monteira no tuve ningún altercado: él siempre llamaba a otro para que me llamara a mí.

Como he dicho, sólo le vi en aquella ocasión en que decidió que ya no podía escribir en Opinión. Sin censura, faltaría más.

Me alegro por Monteira y espero que el tratamiento de Excelentísimo Señor, el coche oficial y la corte de aduladores le satisfagan.

Desde luego, si un Secretario de Estado de Comunicación tiene cometido lavarle la cara al Gobierno y hacer propaganda, Monteira, con su trayectoria en El País y en Público, parece el más indicado para el cargo.

Claro que, por otra parte, ¿qué falta hacía? ¿No cumplía la misma función mejor en Público? ¿No le podían haber recompensado de otra manera? ¿Hacía falta demostrar de modo tan vergonzoso la falta de indenpendencia? En fin, que me alegro por él.

Y lo siento por la situación de la prensa en España.

Y por las lectoras de Monteira, esas santas, que le echarán de menos y se llevarán las manos a la cabeza, preguntándose, frustradas: ¿y el artículo de Monteira, ande rayos está?
Mírala, pobre, en su desolación por no poder leer en Público a Monteira, el periodista independiente, ecce homo.

Artículo escrito por Rafael Reig, extraído de la web de los camaradas madrileños de Iniciativa Comunista.

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