17 de noviembre de 2010

La Revolución Andaluza por Blas Infante (Parte 1)

Artículo extraído del blog "Identidad Andaluza" a partir de un capítulo del libro "La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía".

La candidatura de Ramón Franco fue ante todo, andalucista. Y la novedad que más sensación vino a producir en España entre las mentiras electoreras, tendidas como red de mallas conspirantes contra el prestigio de los hombres que formaban en la candidatura y contra el de las ideas que venían a defender, fue la de que nosotros intentábamos el proclamar la República o Estado Libre de Andalucía, mediante un acto de fuerza incivil. Lo de la aspiración es cierto; lo del método, ridículamente falso. ¡Ahí es nada! ¡Suponer que porque Sevilla y su provincia se llegasen a levantar en armas iban a secundar el movimiento las demás comarcas andaluzas, sin previa preparación!


¡Como si Sevilla viniese a ejercer autoridad alguna sobre las demás ciudades andaluzas, ni aun siquiera ligera influencia sobre la Andalucía Oriental, Córdoba ni Jaén! ¡Como si la capitalidad de Andalucía (la cabeza, y por consiguiente, el pensamiento director), estuviese discernida a Sevilla por el reconocimiento de alguna de las demás provincias andaluzas! En la Historia de Andalucía, se llega a aprender, además, que jamás se intentó por alguien hacer de Sevilla centro de un movimiento revolucionario de Andalucía, político ni societario, y que si alguna vez se ensayó ese intento, no pudo alcanzar nunca un apreciable desarrollo. Al contrario de lo que sucede con los operados en Andalucía del Centro y Oriental, y con la región de Cádiz, unida con esta última, los cuales llegaron a ofrecer con una importancia beligerante tomada en seria consideración por los Gobiernos españoles. Granada, Córdoba, Málaga, Cádiz, he aquí el territorio de prestigio revolucionario, el único adecuado para servir de centro director a un movimiento, al cual pudiera llegar a obedecer toda Andalucía. ¡Pero Sevilla!

Cuando el Duque de Medina Sidonia intentó imitar a Portugal en la acción de levantarse contra Felipe IV en 1642 y quiso proclamarse Rey de Andalucía, no osó acariciar el disparatado proyecto de extender su reinado a todo el país andaluz; ni estuvo nunca esta idea en el pensamiento de su mentor y primo, el marqués de Ayamonte, don Francisco Manuel de Guzmán, a quien costara la cabeza la ayuda prestada a su cobarde pariente.

Antes por el contrario, los conspiradores, según prueban los archivos moriscos y silencian las historias españolas (historias asimilistas), protegidos por Portugal, Holanda, lnglaterra y Francia, pusiéronse en relación con un caballero morisco, cristiano aparente, el cual caballero habitaba en la Sierra de Gador (Almería), y era descendiente de Mohamed VIII de Granada. Este caballero, cuyo nombre árabe fue Tair-el-Horr, asumió la empresa de proclamarse Rey de la Andalucía Oriental, con el apoyo de los aliados y el especial del Emperador de Marruecos, quien puso a sus órdenes un ejército compuesto principalmente por andaluces musulmanes, desterrados en Berbería (el norte de África); al mismo tiempo que los judíos andaluces contribuían a financiar la empresa del Duque y de Tair. Por cierto que El-Horr (el halcón), el último morisco andaluz rebelde, fue asesinado misteriosamente en los campos de Estepona, cuando en aquella costa esperaba la llegada de las tropas andaluzas de Marruecos; seguramente por instigación del conde-duque de Olivares, enterado de la conspiración, y por la traición del de Medina. Pues bien, el lugar elegido por los conspiradores para irradiar la rebelión en la Andalucía Occidental. ¿Fue Sevilla? No, fue Cádiz. En Sevilla se limitaron a poner unos pasquines con la leyenda de «Viva el Rey don Juan» (nombre del Duque de Medina Sidonia) en la Plaza de la Magdalena.

La Junta Soberana de Andalucía, en 1835, consiguió que el pueblo andaluz se alzase entero contra el gobierno de la regente María Cristina, para venir a discutir, como hoy hace Cataluña, de potencia a potencia con el Gobierno de Madrid, porque aquella Junta llegó a escoger con suma cautela el centro de su acción, no situándolo en Sevilla, sino en Andújar; y desde allí Su Alteza (tratamiento que, a si misma, se decretó la Junta), pudo actuar con éxito, llamando a las armas a todos los andaluces para que viniesen a constituir su ejército enfrente del poder de la reina gobernadora.

Y, en cuanto a los movimientos de índole más social que política, no hay más que comparar, por ejemplo, el iniciado en Sevilla (junio de 1857) por don Manuel Caro, quien apenas llegó a reunir cien hombres, batidos inmediatamente por las fuerzas del gobierno, sin haber logrado la ayuda de los pueblos que consiguieron atravesar de esta provincia; con el gran alzamiento republicano y social, iniciado en Mollina por Rafael Pérez del Álamo (julio de 1861), a cuyo favor se pusieron algunos pueblos de Granada, Málaga y Córdoba (nunca de Sevilla), enviando hombres a las filas del Albeitar.

No, Sevilla no es centro adecuado. Es acaso el menos apropósito para iniciar un movimiento revolucionario, el cual, por razones que no he de exponer ahora, llegarían a apercibir con indiferencia los demás andaluces, en el caso de que se pudiera venir a provocar. Tan persuadido estoy yo de la virtud de aquellas razones, que por ahora dejo inéditas, que la única conspiración revolucionaria andaluza, en la cual he intervenido (la llegué a conocer a última hora) y para la cual hube de redactar el manifiesto, es decir, aquella conspiración desarrollada en el año 1919 por nuestro Centro Andaluz de Córdoba y por los amigos inolvidables que en su seno se agrupaban; yo la aprobé y me avine a seguir a los compañeros cordobeses en su aventura, frustrada inconscientemente por el Gobierno maurista, porque, para mí, Córdoba era y es una garantía de fuerza o de energía brava al servicio de los ideales andalucistas; pero esto no hubiera llegado a ocurrir si se me hubiera llegado a proponer una empresa semejante para llegar a ser desarrollada en Sevilla y desde Sevilla.

Estas y otras cosas que llegaré ahora a decir, las ignora España; y, no hay que decir que sus gobiernos; los cuales siempre han llegado a obrar a tientas y a ciegas sin previo conocimiento, sin meditado análisis de las realidades verdaderas sometidas a la acción de su poder. Y no hay que decir, que considero al actual el más ignorante y el menos capacitado, no ya para empresas excepcionales, sino para reacciones ordinarias, de cuantos en la Península se sucedieron. De aquí, que la expectación de España con respecto a Andalucía tenga hoy por objeto principal, a Sevilla; por creer, equivocadamente, que los movimientos actuales desarrollados en esta última ciudad (cuya naturaleza verdadera es ignorada también), representan un orden de hechos imperativos, que el resto del pueblo de Andalucía habrá de acatar como emanados de su capital verdadera.

Y de aquí, que el señor Maura haya tenido la osadía de editar el romance relativo al movimiento revolucionario andaluz, centrado por nosotros en Sevilla, con la ayuda de Tablada, y que gran parte del pueblo español lo haya estado creyendo durante algún tiempo; no obstante los absurdos de tanto relieve, verdaderamente toréuticos, que viene a hilar la leyenda y que expondremos en otra crónica a la consideración del lector. Amigo señor Maura, el joven: hasta para hilvanar truhanerías electoreras, se precisa conocer la Historia y tener talento.

Por carecer de tan simples condiciones el señor Maura el joven, habrá venido a quitarnos un acta; que no quisimos del Gobierno; pero ha hecho ya, desde ahora para siempre, nuestro panegírico electoral. Nosotros carecemos de talento; pero a nosotros no nos faltaba ni nos falta un conocimiento elemental de la Historia y de la psicología de nuestro país, y no íbamos a cogernos los dedos, como dice la gente, ni a comprometer los resultados de nuestra acción de varios lustros, ordenada a la restauración de Andalucía, viniendo a determinar en Sevilla un alzamiento, el cual, de iniciarse aquí, sabíamos nosotros que habría de fracasar irremisiblemente; aunque vinieran a ayudarnos todos los aviones de todos los aeródromos del mundo. El criterio rigurosamente pragmatista que ha venido presidiendo o dirigiendo el desarrollo de nuestra ya larga labor (larga en cuanto a la vida de un individuo, apenas empezada en cuanto a la finalidad que nos proponemos conseguir); ese criterio que verán los lectores expresado en el modo de realizar la obra que voy a darles a conocer, nos acredita de prudentes con exceso, según ajena calificación. Tanto hemos amado nuestra obra que a cada tiempo hemos puesto su cautela, temerosos de que una precipitación pudiera llegar a retardar su lento avance, haciéndonos perder por un salto impremeditado, lo ganado con tanta paciencia. Uno de nuestros reyes más representativos, Al-Motamid, decía: «La prudencia consiste en no ser prudente». Pero entonces, Andalucía era libre: hoy es esclava (ya lo demostraré); y, recelo de esclavos que aspiran a manumitirse, ha tenido que venir a vigilar nuestra obscura labor, poniendo una animación de complot sigiloso a todas nuestras acciones… Sin embargo, ese mismo pragmatismo nos manda iniciar, ahora, algunas revelaciones acerca de estos extraños asuntos. ¿Qué significa, para nosotros, el grito de «¡Viva Andalucía libre!» que anima nuestras propagandas? Vamos a verlo. Hasta ahora, no nos ha interesado la ignorancia de España con respecto a Andalucía. Esto no quiere decir que aspiremos a concluir con esa ignorancia. Forzosamente, España tendrá que ignorar, aún, a Andalucía durante mucho tiempo.

II- Si. Nosotros aspirábamos y aspiramos, y seguiremos aspirando a la elaboración de un Estado Libre en Andalucía.

Y qué ¿no proclamó su república Cataluña? Pues, ¿cómo va a ser delito en el sur, una aspiración que vino a constituir en el norte, un hecho lícito, acatado por el poder público de España? ¿Que en Cataluña se llegó a atenuar el radicalismo nominativo de República Catalana, con el nombre actualmente eufemístico de Generalitat? Pues nosotros no tenemos, por ahora, otras denominaciones que las de «República Andaluza o Estado libre o autónomo de Andalucía», para llegar a expresar aquella «Andalucía Soberana, constituida en Democracia Republicana», que dice el artículo primero de la Constitución elaborada para Andalucía por la Asamblea de Antequera, hace medio siglo, en 1883. (Nuestro Centro Andaluz de Córdoba, editó esa Constitución, reimprimiéndola en el año 1919). A no ser que acudamos en el remontar de nuestra tradición, a la primera República que existió en España; a la andaluza de Córdoba, en el siglo once; (por cierto, República social; expresión política, acaso, de las agitaciones societarias, movidas por los discípulos de nuestro gran Abén Mesarra; y posteriormente expresadas por el primer partido comunista que apareció en Europa: el dirigido por el almeriense Ismail el-Roaxani), y de que vengamos a bautizar nuestra organización autárquica con el nombre del Consejo Directivo, que llegó a gobernar aquella primera República española: esto es, el MEXUAR. ¿Qué quiere decir República Andaluza o Estado Libre de Andalucía, para nosotros, los actualmente denominados liberalistas andaluces, que antes nos agrupábamos en aquella inolvidable institución de Centro Andaluz, hoy continuada por la Junta Liberalista de Andalucía? Esto es largo de contar. Digamos primero, que la candidatura de Ramón Franco vino a amparar la significación que esos términos tienen, para los hombres de la Junta Liberalista, y ocupémonos enseguida de llegar a desvanecer todo motivo de alarma, que la mera enunciación de aquellas palabras, pueda venir a afirmar en la sensibilidad hispanista de los andaluces, no iniciados, y de los demás españoles, los cuales llegan a sentir terror ante las noticias de los movimientos revolucionarios, más o menos confusos e indescifrables para ellos, que vienen operándose en el Sur. ¿Queremos la separación de España, como aseguraba el romance del Ministro de la Gobernación?

Andalucía, no puede ni podrá llegar a ser jamás separatista de España. La razón es obvia: ella es, y será siempre, la esencia de España, según decía nuestro hermano, el maravilloso poeta andaluz de pura estirpe, Abel-Gudra, en su primer discurso durante el último congreso celebrado en Delhi (India), por el Comité Insurrecional de los Pueblos de Oriente. Ya nuestra Asamblea de Ronda (enero de 1918), hubo de expresarse unánime y terminantemente, ordenando que en el Escudo de Andalucía, se viniese a fijar esta leyenda, como lema de nuestra empresa restauradora: «ANDALUCÍA, POR SÍ, PARA ESPAÑA Y LA HUMANIDAD». Esto es: Andalucía quiere volver a ser, por sí, para reanudar la obra creadora de su historia incomparable; pero esta inspiración, hacia la distinción de su propio esfuerzo y responsabilidad, tiene por fin: dar a España cuanto por sí llegase a crear con la propia energía; esto es, tiene por superiores incentivos, España y la Humanidad, para las cuales ella anhela lograr en hechos propios el devenir creador de su alma privativa; acreditado por una historia particular ininterrumpida de elaboraciones culturales, intensas, originales, directoras…

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