2 de septiembre de 2010

La juventud y la moral sexual, por Alexandra Kollontai (Parte 1)

Joven camarada: me preguntas qué lugar corresponde al amor en la ideología proletaria. Te admira el hecho de que en los momentos actuales la juventud trabajadora «se preocupe mucho más del amor y de todas las cuestiones relacionadas con él» que de los grandes asuntos que tiene que resolver la República de los obreros. Si esto es así -dificilmente puedo apreciarlo desde lejos- busquemos juntos la explicación de este hecho y hallemos la respuesta a este primer problema: ¿Qué lugar corresponde al amor en la ideología de la clase obrera?

Es un hecho cierto que la Rusia soviética ha entrado en una nueva etapa de guerra civil. El frente revolucionario ha sufrido un desplazamiento. En la actualidad, la lucha debe librarse entre dos ideologías, entre dos civilizaciones: la ideología burguesa y la proletaria. Su incompatibilidad se pone de manifiesto cada vez con mayor claridad. Las contradicciones entre estas dos civilizaciones diferentes se agudizan de día en día.

El triunfo de los principios e ideales comunistas en el campo de la política y la economía tenía ineludiblemente que ser la causa de una revolución en las ideas sobre la concepción del mundo, en los sentimientos, en toda creación espiritual de la humanidad productora. Ya hoy se puede apreciar una transformación de estas concepciones de la vida y de la sociedad, del trabajo, del arte y de las «normas de nuestra conducta», es decir, de la moral. Las relaciones sexuales constituyen una parte importante de esas normas de conducta. La revolución en el frente ideológico pondrá punto final a la transformación realizada en el pensamiento humano durante los cinco años de vida de la República de trabajadores.

No obstante, a medida que se agudiza la lucha entre las dos ideologías: la burguesa y la proletaria; a medida que esta lucha se expansiona y abarca nuevos dominios, se presentan ante la Humanidad nuevos «problemas de la vida», que únicamente podrá resolver de una forma cumplida la clase obrera.

Se encuentra entre estos múltiples problemas, joven camarada, el que tú señalas: «el problema del amor», que en las diversas facetas de su desenvolvimiento histórico, la Humanidad ha pretendido resolver por procedimientos diversos. Sin embargo, «el problema» subsistía: variaban, única y exclusivamente, sus intentos de solución, que diferían, claro está, según el período, la clase y lo que constituía el «espíritu de la época», o dicho de otra forma, la cultura.

En Rusia, durante los años de intensa guerra civil y de la lucha contra la desorganización económica, y hasta hace poco, sólo a unos cuantos interesaba este problema. Eran otros sentimientos, otras pasiones más reales las que preocupaban a la humanidad trabajadora. ¿ Quién hubiera sido capaz de preocuparse seriamente de las penas y sufrimientos del amor a través de aquellos años en que el fantasma descarnado de la muerte acechaba a todos? Durante aquellos años, el problema vital se resumía en saber: ¿quién vencerá? ¿La revolución (el progreso) o la contrarrevolución (la reacción)?

Ante el aspecto sombrío de la enorme contienda, de la revolución, el delicado Eros, tenía forzosamente que desaparecer de una forma apresurada. No había oportunidad ni energías psíquicas para abandonarse a las «alegrías» y las «torturas» del amor. La Humanidad responde siempre a una ley de conservación de la energía social y psíquica. Y esta energía se aplica siempre al fin fundamental e inmediato del momento histórico. Por tanto, durante estos años se adueñó de la situación la voz, simple y natural, de la Naturaleza, el instinto biológico de la reproducción, la atracción entre dos seres de sexo contrario. El hombre y la mujer se unían y separaban fácilmente, mucho más fácilmente que en el pasado. El hombre y la mujer se entregaban mutuamente, sin estremecimiento en sus almas, y se separaban sin lágrimas ni dolor.

Es cierto que desaparecía la prostitución; mas, en cambio, aumentaban las uniones libres entre los sexos, uniones sin compromisos mutuos, y en las cuales el factor principal era el instinto de reproducción, desprovisto de la belleza de los sentimientos de amor. Muchos fueron los que ante este hecho sintieron espanto; pero es evidente que durante aquellos años las relaciones entre los sexos no podían ser de otro modo. No podían darse más que dos formas de unión sexual: o bien el matrimonio consolidado durante varios años por un sentimiento de camaradería, de amistad conservada a través de los años, y que, precisamente, por la seriedad del momento, se convertía en un vínculo de unión más firme, o, por el contrario, las relaciones matrimoniales que surgían para satisfacer una necesidad puramente biológica y constituían simplemente un capricho pasajero, del que ambas partes se saciaban pronto, y que se apresuraban a liquidar rápidamente, a fin de que no obstaculizase el fin esencial de la vida: la lucha por el triunfo de la revolución.

(Continúa en la parte 2) (Este documento pertenece al archivo de los CJC y ha sido extraído de la página web del PCPE y los CJC en Aragón)

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