6 de diciembre de 2010

El fracaso del eurocomunismo (M. Korta)

Artículo publicado en la formidable revista "Punto y Hora de Euskal Herria" en 1985, escrito por Korta y digitalizado por los camaradas del blog "Euskal Herria Sozialista".

Número al azar de la revista "Punto y Hora de Euskal Herria"

"He quedado pasmado de ver hoy en Vorwärts un extracto de mi introducción publicado sin mi consentimiento y seleccionado de tal forma que aparezco como un pacífico adorador de la legalidad a toda costa". Engels a Kautsky, 1 de abril de 1895.


El fracaso del eurocomunismo 

El pasado 11 de junio falleció en Padua el secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI) Enrico Berlínguer. Berlínguer, junto con Santiago Carrillo y George Marchais fue el promotor del llamado eurocomunismo, versión corrompida del socialismo que ha contribuido a asentar los planes imperiales.


Hubo una época en que la comisión trilateral (cabeza del imperialismo en sus planes para Europa) depositó su confianza en los partidos eurocomunistas para llegar al «ocaso de las ideologías» que «acabase» con la lucha de clases. Hoy, el eurocomunismo está estancado, por no decir hundido. Es la socialdemocracia la que actúa de soporte del imperialismo.



Berlinguer y el pacto con el capitalismo 

La figura de Berlinguer ha sido ensalzada por reaccionarios de todo corte. Y no nos extraña, porque en su momento sirvió para alejar de Europa occidental el fantasma del cambio social y asentar un sistema capitalista que aún no había comenzado a sufrir los síntomas de la profunda crisis que le agobia a nivel mundial.


Berlinguer fue el que creó la idea del famoso «compromiso histórico», es decir el pacto entre las fuerzas populares, católicas, comunistas y socialistas, con la idea de abrir caamino hacia el socialismo a través de la democracia parlamentaria. En otras palabras, se trataba de pactar con la derecha y hasta con el diablo en la creencia de que, a través de la batalla ideológica, se irían ganando posiciones al enemigo y construir la sociedad socialista.

Berlinguer lanzó a través del PCI una ofensiva brutal contra las Brigadas Rojas; convirtiendo a Italia en el paraíso de la represión del control policial, de la delación, la confidencia y creando un auténtico «terrorismo de estado», del cual es copia fiel el implantado en el Estado español por la socialdemocracia felipista. Como muestra de su reaccionaria filosofia, Berlinguer aceptó la presencia de Italia en la OTAN, como una garantía para el desarrollo «democrático y pluralista del país» (en otras palabras, apoyo explícito al imperialismo).

Pelucas y caretas fuera, objetivo: romper con Moscú 

Alguien ha dicho que, el eurocomunismo no ha fracasado, que quien ha fracasado ha sido Europa. Es conveniente que repasemos algunos de los aspectos fundamentales de la ideología eurocomunista que tanto ha contribuido a desmembrar la izquierda europea, a desilusionar y desmovilizar a la clase obrera.

En primer lugar, los eurocomunistas son los defensores del horrendo concepto de «socialismo en libertad». Y decimos horrendo porque socialismo es libertad. El verdadero significado de esta filosofía estriba en considerar que en las sociedades de socialismo «real» (* *) no existen libertades, sino verdaderas dictaduras. Naturalmente, Berlinguer tuvo que romper amarras con Moscú. Una ideología degenerada, como la eurocomunista, es imcompatible con las vivencias y la hermosa realidad del bloque socialista. Lo mismo hizo Carillo en cuanto se quitó la peluca y aquí, en Hegoalde, Mario Onaindia que, en cuanto se quitó la careta, buscó en el eurocomunismo un apoyo al declarado abandono de las posturas independentistas y revolucionarias.

Quizás, la base real está en conceebir la democracia sólo desde un punto de vista burgués. Los eurocomunistas han abandonado la meta de la dictadura y de que en el mundo entero se tiene mal recuerdo de las dictaduras. Es tremenda la falacia eurocomunista; la dictadura del proletariado es, ni más ni menos, que la actuación de la mayoría (trabajadores) en el poder, persiguiendo la desaparición de la explotación. Se trata, por tanto, de una auténtica democracia proletaria. Esta profunda verdad es ocultada sistemáticamente por los eurocomunistas. Lo mismo que ocultan que la democracia burguesa, y todo su aparato institucional, están montados para que la minoría ejerza cómodamente la explotación, y por ello mismo, es dictadora de la burguesía.

La democracia burguesa permite que, bajo el sufragio universal, lleguen al gobierno «socialistas» o «comunistas», pero en el fondo, los verdaderos detentadores del poder son los de siempre, pero encantados de tener a su lado a la «izquierda» (?); Los eurocomunistas hablan de una «transformación democrática del Estado», a través de una lucha política, social y cultural que, gradualmente, permitirá dominar el aparato ideológico y democratizar el Ejército y la policía. Este ha sido uno de los grandes errores del eurocomunismo: creer que por la persecución y la batalla dialéctica se podía democratizar las estructuras que son heredadas del franquismo. Es indudable que sólo puede pasarse de una dictadura a una democracia burguesa mínimamente avanzada rompiendo con el pasado (con la mira puesta en la destrucción del estado burgués). Los euro comunistas pretenden diferenciarse de los socialdemócratas en el siguiente sentido: «el eurocomunismo (dicen) pretende cambiar la sociedad, los socialdemócratas sólo desean administrarla». Hundido en sus propias contradicciones, al no poder transformar el aparato del Estado con sus beatificos procedimientos, el eurocomunismo va de fracaso en fracaso, dejando la vía, cada vez más libre, a la socialdemocracia.

El eurocomunismo se dice defensor del derecho de autodeterminaación de los pueblos. No se trata sino de una declaración de buenos principios. En realidad, el eurocomunismo ha defendido sólo la «independencia» de los estados europeos con respecto a los EEUU y a la URSS. Su comportamiento con respecto a los pueblos oprimidos de Europa ha sido tan reaccionario como el conjunto de su descafeinada ideología.

Mientras uno escribe esta líneas no puede menos que recordar al Marx de la «Miseria de la Filosofía» y al Lenin de «El renegado Kaustky». Berlinguer, Marchais, Carrillo, Onaindia y toda su comparsa, soportes todos ellos del imperialismo y fabricantes de ideologías de la tristeza, de la desilusión, de la desmoralización, entran, con todos los honores, en ambas obras. Por suerte, Europa no ha fracasado, han fracasado ellos. Un nuevo aire de libertad sopla sobre Europa. Y es aquél que constituye la confluencia del socialismo científico en la lucha de liberación nacional en Hegoalde. Sin miedos, sin recelos, sin traiciones, aunque suponga un camino duro y alejado de las fantásticas poltronas del arrepentimiento y de la traición.  

La ambigüedad de Gramsci y el eurocomunismo 

No quisiera terminar sin una referencia a Gramsci. Los eurocomunistas, en el fondo, siguen al «renegado Kautsky», que es lo mismo que traicionar los postulados básicos del socialismo científico (único), pero prefieren recurrir a las citas de Gramsci. Se trata de una cuestión infantil por una parte y sucia por otra. Digo infantil por que temen reclamarse seguidores de Kautsky, porque éste fue destrozado y defenestrado de una forma genial por Lenin. Y digo que sucia (muchos decimos) poque se trata de manipular, intencionadamente, a Antonio Gramsci.

En nuestra opinión, el principal gran defecto de los escritos de Gramsci es el de su ambigüedad. Tal ambigüedad ha sido traducida por los eurocomunistas en favor de sus reaccionarios intereses.

No hay ningún escrito de Gramsci que refleje su renuncia a la destruccción del aparato del Estado burgués como paso necesario a la contruccción del socialismo, ni renuncia alguna a la democracia proletaria (dictadura del proletariado, en términos marxianos).

Su teoría de conseguir la «hegemonía» nada tiene que ver con la superchería de pactos tipo Carrillo, Berliguer, Onaindia... con las fuerzas reaccionario-fascistas. Utilizar a Gramsci como cobertura para una ideología disolvente como la eurocomunista nos parece, al menos, cobarde y maloliente. La lectura de Gramsci debe hacerse desde las coordenadas del socialismo y con honestidad revolucionaria. La misma que Gramsci (sobre todo en sus años de cárcel) mostró sin duda alguna.

(* *) Empleo este concepto porque está popularizado, pero no a gusto. Existe una corriente crítica hacia el Bloque socialista que, en mi opinión, emplea malintecionadamente el término y sólo está interesada en poner de relieve los defectos de los países socialistas, sin querer comprender que los mismos no son sino muestra de lo complejo del avance a nivel mundial de la lucha de clases, de las interferencias que en la misma provoca el imperialismo. ¿Qué pretenden? No lo' se, pero su intención no me parece ni sana, ni científica, ni revolucionaria. La historia de la lucha de clases (contemplada con perspectiva histórica y materialista) no ha hecho sino empezar.

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