Coronel Martínez Inglés/Insurgente
Pues sí, amigos, han pasado ya treinta años desde aquella sorprendente tarde/noche del 23 de febrero de 1981 en la que el “comandante cero” español, el inefable teniente coronel Tejero, al frente de tres centenares de guardias civiles, se introdujera manu militari en el hemiciclo del Congreso de los Diputados y secuestrara a los poderes legislativo y ejecutivo de este país en pleno. Han pasado, sí, nada menos que tres décadas pero el máximo responsable de tan estrafalario evento, la suprema autoridad que lo respaldó, autorizó, impulsó, propició, recomendó y se aprovechó finalmente de él traicionando y enviando a galeras por treinta años a sus principales ejecutores directos y colaboradores suyos (los generales Armada y Milans), o sea Juan Carlos I, sigue ahí, en el palacio que le regaló en su día el sátrapa D. Francisco Franco Bahamonde, mirando para otro lado, silbando una suave melodía borbónica, inasequible al desaliento, sin asumir ¡faltaría más! responsabilidad alguna. Mientras sus súbditos, sus amados súbditos (capitaneados, eso sí, por la pléyade de periodistas cortesanos que en estas últimas jornada cercanas al trigésimo aniversario de la chapucera efemérides han vuelto por los fueros de la verdad oficial) continúan haciéndose los tontos, los desinformados, los crédulos con la fe del carbonero a flor de piel pues aceptar otra teoría a estas alturas, la real, la que tarde o temprano recogerá la historia de este país, viviendo todavía el falso héroe de la hazaña bélica creada desde el poder y sabiéndose lo que ya se sabe sobre la participación seria y efectiva del monarca español en el órdago peliculero protagonizado por Tejero, podría poner en peligro la sacrosanta democracia española y el tambaleante sombrajo levantado por los acomodaticios políticos de la “modélica” transición española.
Pero como el tiempo no pasa en balde y menos para alguien que, al igual que el rico, exiliado y enfermo Ben Alí tunecino o el sátrapa Mubarak egipcio, lleva más de treinta años pegándose la gran vida, reinando, gobernando (sí, sí he puesto gobernando, con todas sus letras), mandando y enriqueciéndose a manos llenas en este país, nuestro “democrático” jefe del Estado por mandamiento franquista, el señor Borbón, aparece en este 30 aniversario de su famosa maniobra borbónica del 23-F (un borboneo histórico inspirado en el que protagonizara hace ya algunas décadas su abuelo Alfonso XIII con el general Primo de Rivera de primer actor) bastante más decaído que entonces, menos golferas, menos ligón, menos malversador de fondos públicos, menos filmador de películas porno a costa de los fondos reservados que pagamos todos los españoles, menos conspirador junto a los militares de su entorno, menos terrorista de Estado (ETA no está ya para atajos macabros tipo GAL), menos prepotente, menos dictador (en la sombra), menos cazador de osos borrachos (ahora caza especies autóctonas en Santa Cruz de Mudela, eso sí, sentado), menos rey de todos los españoles (que ya conocen la catadura moral de su monarca salvador), con bastante menos capacidad pulmonar a cuenta del módulo (benigno) que se dejó el año pasado en la “sanidad pública” de Barcelona… y, también, como no podía ser de otra manera, mucho más viejo que entonces, más fondón, más susceptible (como siga así acabará llorando en el pedestre monólogo de las próximas Navidades), más artrósico, más inestable, más torpe al andar, más ridículo vestido con el uniforme de capitán general (cada día que pasa se parece más al clásico espadón caribeño), más deprimido, más aburrido, más acabado...
Juan Carlos I, siguiendo la tradición familiar de orquestar golpes de estado |
Pero la verdad es que, a pesar del subidón revolucionario que estos días campa por sus respetos en calles y plazas de la antaño África turística y que, según algunos cotillas de palacio, parece ser le está afectando particularmente ya que es muy consciente del déficit de legitimidad democrática que arrastra, ahí sigue nuestro amado monarca aguantando el tipo en su retiro palaciego de La Zarzuela, “mientras el cuerpo aguante” (como le espetó en su día a uno de sus periodistas de cámara) con el fin de dejarle en condiciones “el negocio” a su heredero, el ya cuarentón príncipe don Felipe, que hace ya veinticinco años (nos lo han recordado estos días pasados hasta la nausea todos los medios de comunicación) juró la “modélica” Constitución española de 1978, pensada, planificada, redactada y presentada al pueblo español de la época por redomados franquistas (militares y civiles) y que, entre otras lindezas sacadas del popular cuento de la lechera (como esa de que todo españolito de a pie viene a este mundo con una vivienda digna bajo el brazo), recoge la absurda reimplantación en España, totalmente blindada para el futuro, eso sí, de la demencial y perversa saga de los ineptos reyes borbónicos que durante siglos llevaron a este país a la miseria, el atraso, la esclavitud, la guerra, los pronunciamientos militares y las desigualdades sociales.
Y seguro, amigos, que ahí piensa seguir unos cuantos años más, en su dorado nirvana de La Zarzuela, el en estos momentos ya amortizado Juanito (así lo llamaba el carnicero gallego de El Pardo) de nuestra historia reciente, a no ser, claro está, que la joven marabunta hispánica de Internet (que la hay y muy numerosa) salga pronto de su letargo, abandone el botellón del “finde” y el sexo a destajo en el coche de papá y, al igual que ha hecho recientemente la tunecina, la egipcia y en estos momentos sigue haciendo la libia, la yemení, la argelina o la marroquí, lo mande directamente al famoso balneario de Sharm el Sheikh, o a las Maldivas, o a Kuwait, o a Arabia Saudí, de donde parece ser procede una parte sustantiva de la fortunita que dicen que tiene. Después de obligarle, eso sí, a que abra ante los medios de comunicación y el Banco de España la cueva de Alí Babá (más bien de Ben Alí) que seguramente tiene operativa en el sótano de La Zarzuela. Más que nada para poder salvar otra vez a los españoles, no de Tejero sino de los egoístas e involucionistas mercados internacionales.
Pero yo, amigo lector, me había puesto esta vez ante la pantalla de mi ordenador, con lo pesado que es y lo mal que sienta a la vista, no para asustar al personal español (un conglomerado cívico que en estos momentos parece anestesiado, dormido, aturdido, perdido en sus problemas domésticos y que sólo se moviliza un poquito con el fútbol, la congelación de pensiones, el botellón y la ley del tabaco) con las nuevas revoluciones populares engendradas en el mundo árabe y que, según mi particular criterio geopolítico, no han hecho más que empezar ya que una vez que sus protagonistas zanjen las cuentas pendientes con sus dictadores arremeterán sin ninguna duda contra el occidente infiel, colonizador y ladrón, sino para escribir por enésima vez del pseudogolpe militar del 23-F, la famosa intentona involucionista que cumple estos días su trigésimo aniversario. Aunque la verdad es que estoy hasta el gorro (y eso que llevo más de veinte años sin usarlo públicamente, solo en la intimidad como Aznar) de hablar y, sobre todo, escribir del 23-F. Llevo haciéndolo ya más de diecisiete años desde que en el año 1994 publiqué mi primer libro sobre el tema (La transición vigilada) después de otros once investigándolo a conciencia entre militares de alto nivel que intervinieron en su preparación y ejecución. Y echando mano de una muy amplia documentación extraída de archivos oficiales y oficiosos castrenses.
Me he cansado de publicitar la verdad por activa y por pasiva, he publicado a lo largo de dos décadas nada menos que cuatro libros en los que he contado con pelos y señales todas mis investigaciones sobre el esperpéntico evento, y hasta he puesto negro sobre blanco en el último de ellos, con todo el detalle operativo de un Estado Mayor, el golpe militar franquista preparado para el 2 de mayo de 1981y que fue la causa real de que el rey autorizara a sus generales de confianza (Armada y Milans) a montar la arriesgada e ilegal maniobra preventiva (no golpe, aquello nunca fue un golpe involucionista) que la abortara: el 23-F.
También, desde hace seis años, desde septiembre de 2005 en el que envié el primer informe de mis investigaciones sobre el 23-F al señor presidente del Congreso de los Diputados, señor Marín, he venido poniendo a disposición de las Cortes españolas, del presidente del Gobierno de la nación y de las más altas autoridades del Estado todos mis estudios sobre la materia, solicitando en tres ocasiones la creación de una Comisión de Investigación que pudiera de una vez reconocer la verdad y depurar las responsabilidades políticas en las que hubieran podido haber incurrido algunos altos dirigentes de este país que intervinieron en tan chapucero acontecimiento de nuestra historia reciente, comenzando naturalmente por el primero de todos ellos, el rey Juan Carlos I.
Pero hasta ahora amigos, nada de nada, seguimos en la España profunda de siempre aunque salpimentada ahora un poquito con esencia de AVE. El pueblo español en general, sus instituciones, los políticos, los periodistas… por miedo seguramente y también ¡como no! por intereses políticos de los dos grandes partidos que se turnan en el poder y que temen perder su particular estatus “democrático” y sus canonjías, siguen en la inopia, haciéndose los tontos y los ignorantes. Continúan año tras año con la matraca de que sobre el 23-F existen todavía muchas lagunas y muchos hechos que no se conocen. Y de ahí no hay dios que los apee... ¡Pues no, amigos, conciudadanos, asustados compatriotas! Sobre el 23-F, después de treinta años y a pesar de que este tiempo no sea excesivo históricamente hablando, se sabe ya todo, absolutamente todo: todo lo que pasó, como pasó, por qué pasó y quien impartió las órdenes para que pasara.
¡Otra cosa es que por miedo a las consecuencias de saber todo eso, el poder, los medios de comunicación y el pueblo en general, no quieran ni oír hablar de ello, de la verdad, y sigan refugiándose en la duda metódica y en la ignorancia!
Yo por mi parte, amigos, con este pequeño trabajo en el aniversario del 23-F, y que no había pensado escribir pues ya está bien de hablar años y años a sordos que no quieren oír, doy por cerradas tanto mis investigaciones sobre el tema como mis proclamas habladas y escritas sobre el mismo. El actual presidente del Congreso de los Diputados, señor Bono, hace ya más de un año que tuvo a bien acusarme recibo de mi última denuncia, diciéndome que pasaba mi Informe a la Comisión de Peticiones de la Cámara para su estudio y tramitación. Se lo toman con calma no cabe duda estos sesudos representantes del pueblo soberano, pero de todas formas soy consciente de que mientras viva el golpista regio de La Zarzuela ninguno de ellos (ni de la hornada política de ahora ni de ninguna futura) dirá ni pío sobre el asunto ¡Así es este país, qué le vamos a hacer! Un país que a mí como historiador militar siempre me ha fascinado: por sus derrotas, sus desastres, sus carencias, sus miedos, su insolidaridad, su ferocidad a veces, su cobardía, sus heroísmos puntuales, su improvisación… pero, sobre todo, por el hecho de que, con semejante bagaje político, humano y social a cuestas durante siglos, siga existiendo a día de hoy, siga figurando a nivel global como nación independiente. ¿No será porque nadie en este mundo, incluyendo a Napoleón que acabó conociéndonos muy bien, al pragmático Amadeo I de Saboya y más recientemente a la “fracasada” Merkel, quiere tenernos bajo su férula?
Fdo: Amadeo Martínez Inglés, militar, escritor e historiador.
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