4 de mayo de 2011

Entrevista a Isidoro Moreno: "Andalucía es una nación con déficit de pueblo"

El pasado mes de febrero, con motivo del 30º aniversario del primer Estatuto de falsa autonomía para Andalucía, Kaosenlared entrevistó a diferentes personalidades cercanas políticamente a la izquierda soberanista andaluza. Reproducimos a continuación la entrevista realizada a Isidoro Moreno Navarro, investigador y catedrático del Departamento de Antropología Social de la Universidad de Sevilla. Ha realizado, además, múltiples estudios sobre la realidad política, económica, social, cultural e identitaria de Andalucía.


En 2011 se cumplen 30 años de la aprobación en referéndum del primer Estatuto de Autonomía andaluz. ¿Qué valoración harías de la actual situación de Andalucía tras estos 30 años de autonomía?

El Estatuto que se puso a referéndum en octubre de 1981 constituyó ya un recorte muy importante de lo que el pueblo andaluz había conquistado, en las calles el 4 de diciembre de 1977, y en las urnas del 28 de febrero de 1980. Fue uno de los resultados del pacto, a nivel estatal, entre UCD, PSOE y PCE para frenar el desarrollo de las autonomías tras el golpe de Estado del 23-F. Como algunos señalamos entonces, la que diseñaba ese Estatuto era radicalmente insuficiente para resolver los problemas de Andalucía y profundizar en su conciencia de pueblo. Y el que durante 30 años haya gobernado en la Junta un partido que niega a Andalucía su identidad nacional ha hecho que incluso las limitadas posibilidades del Estatuto de 1981 apenas se aprovecharan para otra cosa que no fuera su utilización partidista. Y el nuevo Estatuto de 2007 no hizo más que acentuar las limitaciones las limitaciones y la subalternidad.

Hoy, Andalucía sigue ostentando la mayor tasa de paro del Estado, tiene mucho menos peso político que hace 30 años, un nivel más bajo de conciencia nacional que entonces y está más integrada en la globalización mercantilista. Se han cumplido, pues, los principales objetivos de cuantos veían entonces la activación de la conciencia andaluza como un gran peligro para el "orden" económico, social y político establecido.



¿Crees que el pueblo andaluz ha visto satisfechas las expectativas que se despertaron con la aprobación de aquel primer Estatuto de Autonomía? En otras palabras, ¿ha satisfecho la autonomía las esperanzas de mejora vislumbradas por el pueblo andaluz?


Por los motivos anteriores, la autonomía real que hemos tenido (tanto por su ámbito muy recortado como por la manera de gobernarla) ha defraudado profundamente las esperanzas y expectativas existentes entre 1975 y 1985. Pero esto no debería servir, como quieren no pocos, para apostar de nuevo por el centralismo, sino para mostrar la necesidad de un verdadero autogobierno.

Aquellas expectativas y esperanzas del pueblo quedaron perfectamente de manifiesto en las multitudinarias manifestaciones del 4 de diciembre de 1977. ¿Piensas que el "espíritu" de aquel 4 de diciembre sigue vivo en la sociedad andaluza?


Los "espíritus" no existen ni se alimentan por sí mismos. Y desde la Junta de Andalucía, sobre todo tras la defenestración de Rafael Escudero como presidente, hubo una verdadera planificación para desactivar el 4-D: es decir, la conciencia de Andalucía como pueblo. En un artículo que publiqué en 1984 en la revista "Nación Andaluza" señalé los elementos y consecuencias de dicho plan cuando todavía muchos no eran conscientes de que existiera. Los resultados están a la vista y hoy podríamos repetir las palabras de Blas Infante cuando señalaba que Andalucía está dormida, yo diría incluso que cloroformizada. Pero despertará en el futuro. Yo soy optimista a medio-largo plazo y pesimista a corto plazo, porque ahora no parece muy posible que ese despertar sea generalizado. Pienso que será la generación de mis nietas las que se convertirá de nuevo en protagonista. A la mía y la de mis hijas nos toca ejercer la resistencia y la denuncia, realizar pequeños avances y, en la medida de las posibilidades, extender la conciencia andaluza frente al (ultra)neoliberalismo y el nacionalismo de Estado. Se trataría ahora, como diría don Blas, de mantener el ideal tanto en las palabras (teoría) como también en la acción (en la praxis).

Isidoro Moreno tuvo, además, una participación activa en todo aquel proceso autonómico. ¿Cómo recuerdas aquella experiencia a nivel personal?


Los años de la mal llamada "transición a la democracia" (1973-1982) fueron tiempos intensos: de aceleración histórica, de esperanzas y frustraciones, de impulso colectivo y también de traiciones. Mi experiencia personal en todo aquello fue rica, pero ello ni me ha llevado a la idealización de aquel periodo (cuyo resultado fue que mucho cambiara en lo epidérmico para que casi nada cambiara en lo profundo) ni a la melancolía, ni a ese cómodo y falso "no se puede hacer nada". No escogemos la época en que hemos de vivir y hay que tratar de ser analíticos y activos en todas las circunstancias.

Como antropólogo has dedicado buena parte de tu obra a estudiar la identidad nacional del pueblo andaluz, unos estudios a través de los cuales has demostrado claramente la existencia de una cultura nacional en Andalucía. No parece, además, que el pueblo andaluz esté carente, a nivel subjetivo, de un fuerte sentimiento identitario. Teniendo en cuenta todo esto, ¿te sorprende que el pueblo andaluz siga sin desarrollar una conciencia nacional similar a la que existe en otros pueblos del Estado Español como pueden ser los casos de Catalunya, Galiza o Euskal Herria? ¿A qué achacarías esta falta de conciencia nacional?


El avance de la conciencia nacional como pueblo, al igual que el de la conciencia de clase, es resultado de la relación entre condiciones objetivas y subjetivas. Y aquí todo se ha reunido para fortalecer los factores de bloqueo y minimizar los factores catalizadores respecto al despliegue de la conciencia. Han actuado conjuntamente, aunque fuera de forma separada, contra el avance de esta conciencia la fuerza, y los intereses, del nacionalismo de Estado españolista; la ideología e intereses políticos de la socialdemocracia (desde hace tiempo ya, social-liberalismo); el dogmatismo de los partidos y sindicatos antes revolucionarios; el oportunismo, debilidad ideológica y personalismo de las organizaciones andalucistas y la traición de la intelectualidad (o mejor, pseudo-intelectualidad). A este conjunto de factores, todos ellos en contra, se les ha unido el vaciamiento de los símbolos, la tergiversación de la Historia, la degradación de nuestra cultura y la manipulación constante realizada por los grandes medios de desinformación de las masas. La sacralización de la lógica del mercado y sus valores (contrarios a los que sustentan nuestra cultura) ha agravado todavía más la situación.

Desde sus conocimientos en el estudio antropológico de los nacionalismos, ¿se atrevería usted a definir al movimiento andalucista como un movimiento nacionalista al uso? ¿Es nacionalista el andalucismo? ¿Era nacionalista Blas Infante?


El nacionalismo andaluz jamás ha tenido, ni podrá tener, las mismas características de aquellos nacionalismos que, sobre todo en sus orígenes (y, en gran parte, en su dirección hasta hoy), han tenido un carácter burgués. Por la clara razón de que a las oligarquías andaluzas (antes principalmente terratenientes, ahora empresariales) siempre les ha interesado un Estado autoritario y centralista que garantizara su poder, incluso con la violencia de ser preciso, y han aspirado a formar parte del bloque hegemónico estatal. El andalucismo no puede ser sino popular, sustentado por un bloque social constituido hoy por los excluidos del sistema, por los trabajadores, los profesionales e intelectuales no vendidos al pesebre de la globalización y/o del españolismo, los autónomos e incluso, potencialmente, aquellos empresarios que no forman parte de la oligarquía financiero-industrial. Yo le veo más concomitancias con los etnonacionalismos no europeos (latinoamericanos, africanos...) que con los nacionalismos catalán o vasco. Dentro del Estado Español existen ciertas similitudes, aunque también diferencias, con los nacionalismo gallego y canarios, es decir, con los que no son hegemónicos en las respectivas naciones.

Por otra parte, es indudable que Blas Infante era nacionalista (en concreto, nacionalista de izquierdas) aunque a veces jugara a la ambigüedad, sobre todo por la fuerte connotación burguesa que en su tiempo tenía el propio concepto, hasta el punto de que nos dice que le desagradaba incluso utilizar la palabra, para que no se confundiera su ideología y proyecto político con el de Francesc Cambó, por ejemplo. Su nacionalismo era de liberación, colectiva e individual, no de garantizar privilegios.

Otro de sus temas de estudio ha sido el subdesarrollo andaluz, sus orígenes, sus causas y sus consecuencias actuales dentro del vigente marco económico de la globalización capitalista. Parece claro que el Estado Español jugó un papel clave en el nacimiento y consolidación de este subdesarrollo. Pero, ¿se atrevería usted a afirmar que Andalucía sigue siendo a día de hoy una nación dependiente, una especie de colonia interna en la estructura capitalista del Estado Español?


Andalucía ha jugado, sobre todo a lo largo del siglo XIX y casi todo el siglo XX, un papel de colonia interna dentro del Estado Español, además de tener enclaves de colonia a secas, por ejemplo de Inglaterra en la comarca de Riotinto. Hoy, continúa en una situación dependiente y subalterna dentro de ese Estado, que es, a su vez, dependiente y subalterno en el conjunto de la globalización mercantilista. Es este un marco que en ningún momento podemos ignorar porque entonces estaríamos realizando análisis inadecuados, no válidos para el presente. ¿Ha quedado, por ello, obsoleta la reivindicación soberanista, la del derecho a decidir, que es el núcleo de todo nacionalismo más allá de la fórmula jurídica que se plantee para concretar ese derecho? Antes, al contrario, considero que los proyectos nacionales son hoy la mejor vía (quizá la única vía posible) para avanzar en la soberanía alimentaria, en la soberanía respecto a los recursos, en la participación real de los debates, decisiones y control de los asuntos públicos, en la garantía del ejercicio de los derechos humanos, individuales y colectivos... En la larga marcha hacia una sociedad cuyo objetivo no sea el máximo beneficio para unos pocos a costa de la explotación e incluso la exclusión de la gran mayoría, sino responder a los problemas de esa mayoría y conseguir una forma de vivir más armónica con la naturaleza y con nuestros semejantes.

Como estudioso de la cultura y de la identidad andaluza, y que, además, fue partícipe de aquella explosión política e identitaria que supuso para el pueblo andaluz el antes mencionado proceso autonómico, ¿qué sentimientos se le despertaron al ver las calles de Andalucía repletas de banderas españolas con motivo del pasado mundial de fútbol? ¿Han sacralizado los andaluces la idea de España en su ideario colectivo como si de algo intocable y absoluto se tratase?


Las banderas, como otros símbolos identitarios, son referentes que se activan, silencian o manipulan de acuerdo con intereses. Como decía Carlos Cano, cuando la bandera andaluza ondea en casi todos los edificios oficiales (aunque no, por cierto, en los del Ministerio de Defensa español) y es asumida, vaciándola de contenido, por todos los partidos, pero se ve menos en manifestaciones y otros actos populares, no es un buen síntoma. Forma parte del plan de desactivación de la conciencia andaluza y de reactivación de conciencia españolista al que antes hice referencia. Sin embargo, no todos los que aplaudieron el gol de Iniesta o se pusieron una camiseta roja el pasado julio son ideológicamente nacionalistas españoles. Como no todos los que van a El Rocío o se visten de nazareno en nuestra tierra son católicos practicantes y seguidores de Rouco Varela. Esto dicho, a mí personalmente, la proliferación de banderas rojigualdas (la mayoría regaladas o compradas por un euro en tiendas de chinos, lo que señala las contradicciones de nuestro tiempo) me produce una cierta sensación amarga e inquietante. Supone, sin duda, un avance en la normalización de un símbolo de dominación impuesto y en la aceptación, aunque sea no consciente, de la violación de los derechos de los pueblos y naciones que hoy integran el Estado Español.

¿Cómo ve Isidoro Moreno el futuro de Andalucía?


Andalucía posee identidad histórica, identidad cultural e identidad política (esta última ratificada el 4 de diciembre de 1977 y el 28 de febrero de 1980). Es, por ello, una nación. Pero una nación con un déficit de pueblo, debido sobre todo al proceso de desactivación de la conciencia existente en aquellos años.

El futuro de Andalucía dependerá de en qué medida seamos capaces de elaborar un proyecto nacional al que se incorporen los andaluces, reconociéndose en él como pueblo. Y ello, en mi opinión, pasa, en primer lugar, por la activación de nuestra cultura en aquellos valores, expresiones y formas de relación social menos susceptibles de ser mercantilizados. En segundo lugar, por un esfuerzo pedagógico para convencer de que sólo si tenemos la capacidad de decidir por nosotros mismos (de poner en práctica el "Andalucía por sí" de nuestro himno nacional), apartándonos de la lógica hegemónica de la globalización, podremos tener un futuro colectivo, garantizar unas condiciones de vida dignas y la permanencia y desarrollo de nuestra forma de ser y de sentir (de nuestra cultura). Y en tercer lugar, por coordinar esfuerzos y articular un movimiento que sea, a la vez, de resistencia frente al neoliberalismo y al españolismo, de avance en la construcción de un proyecto propio, no sólo político, sino también y quizá especialmente, cultural (de forma de vivir). En mi opinión, esta articulación de sectores y movimientos no equivale simplemente a juntar los restos de naufragios diversos ni en yuxtaponer ideologías reduccionistas que, aun en su debilidad, insisten en presentarse como globalizadoras. Ni podrá hacerse manteniendo sectarismos y personalismos. Las enseñanzas de los últimos 40 años deberían servirnos, al menos, para saber cómo no hay que hacer las cosas.

Isidoro Moreno Navarro
Sevilla, febrero de 2011

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