Isidoro Moreno
De la web de la CUT-BAI
(El proceso de formación de identidad de Andalucía: continuidad y discontinuidades en un foco permanente de civilización mediterránea)
Andalucía, la civilización más antigua de Occidente
No es sólo una frase publicitaria feliz, sino una realidad hoy fuera de toda duda (separado ya el mito de la Historia) que en Andalucía se dio "la civilización más antigua de Occidente". En efecto, dentro del ámbito occidental del Mediterráneo, fue en Andalucía, y centrado en el valle inferior del Guadalquivir, donde por primera vez emergió el fenómeno civilizatorio. Tartessos constituyó una estructura económica, social y política de nivel estatal, basada en la metalurgia del bronce y con estructura autóctona, que controló e influyó a un más vasto territorio y que entabló relaciones comerciales y de diverso tipo con las lejanas civilizaciones del Mediterráneo oriental: fenicios, luego griegos, que si bien trajeron diversas innovaciones a las costas andaluzas también recibieron a cambio manufacturas de bronce, joyas artísticas de plata de Tartessos al otro confín del mar.
Los casi 3.000 años que van de Tartessos hasta hoy han presenciado el desarrollo en el actual territorio andaluz de varios horizontes civilizatorios, separados por diversas rupturas de tipo político-religioso y de estructura económica pero enlazados por una continuidad básica de civilización. Es esta característica la que personaliza e identifica más claramente a Andalucía como un país con historia e identidad propias en el conjunto de los pueblos mediterráneos. Contrariamente a lo ocurrido en prácticamente todo el conjunto del Mar Mediterráneo (con la, quizá única excepción, de Bizancio) aquí no se dio nunca un trauma civilizatorio global, una pérdida del papel foco cultural de mediterraneidad.
Sin entrar ahora en una discusión profunda acerca de las características de la mediterraneidad como tradición civilizatoria, ésta se ha basado históricamente en un ecosistema de mar, montañas y valles con una agricultura basada en la trilogía del trigo, el olivo y la vid, complementada por una ganadería bovina, caprina y porcina; una estructura de las explotaciones con predominio de la gran propiedad en las tierras fértiles de producción extensiva y de la pequeña en los estrechos valles y en las zonas de montaña; así como en una clara tendencia a la concentración de la población en núcleos que pueden ser grandes o pequeños pero que posibilitan una interacción social y unos modos de vida urbanos. Esto último produce que, junto a la salvaguarda de la privacidad familiar, se desarrollen muy ampliamente las relaciones sociales en espacios públicos: en la plaza, la calle, el mercado, los baños, la taberna, el casino, la hermandad, y otros varios lugares y contextos, según épocas y sociedades específicas pero todos ellos centros de sociabilidad.
Asimismo, está presente una acusada tendencia a la segmentación y la contraposición social y simbólica, bien sea en grupos o facciones múltiples o en agrupamientos duales, no necesariamente coincidentes con las divisiones de clase; y ha sido también un rasgo importante, aún al menos parcialmente vigente, una clara dicotomía de sexos en cuanto a papeles sociales, percepciones y simbolismos.
En este contexto general (que se concreta en instituciones y expresiones culturales específicas de cada pueblo y cada época histórica) la especifidad de Andalucía estriba, sobre todo, en haber mantenido y desarrollado con menores interrupciones traumáticas que en el resto del área esos rasgos estructurales, habiendo sido, en algunas ocasiones, depositaria casi exclusiva de ellos, y en haber actuado de crisol y síntesis de elementos provenientes de varias de las más importantes tradiciones culturales en que se ha subdividido históricamente la gran tradición civilizatoria mediterránea.
Es necesario subrayar que subyacentes a las diversas rupturas y horizontes culturales que podemos dibujar en el proceso histórico de Andalucía permanecen continuidades de fondo, aunque esta afirmación contradiga la lectura convencional que la historiografía ha venido haciendo de las diversas "invasiones" de que ha sido objeto, desde el norte y desde el sur, Andalucía, a lo largo de los últimos tres milenios. Una lectura que ha privilegiado los ámbitos políticos, militares y religiosos en detrimento de las demás dimensiones civilizatorias, en las cuales (y aún en algunos aspectos no superficiales de aquellos) nunca ocurrió en Andalucía un nivel de ruptura comparable, por ejemplo, al de la irrupción de las tribus nómadas germánicas en la mayor parte del Imperio Romano europeo o de las bereberes en la orilla sur de éste.
De la web de la CUT-BAI
(El proceso de formación de identidad de Andalucía: continuidad y discontinuidades en un foco permanente de civilización mediterránea)
Andalucía, la civilización más antigua de Occidente
No es sólo una frase publicitaria feliz, sino una realidad hoy fuera de toda duda (separado ya el mito de la Historia) que en Andalucía se dio "la civilización más antigua de Occidente". En efecto, dentro del ámbito occidental del Mediterráneo, fue en Andalucía, y centrado en el valle inferior del Guadalquivir, donde por primera vez emergió el fenómeno civilizatorio. Tartessos constituyó una estructura económica, social y política de nivel estatal, basada en la metalurgia del bronce y con estructura autóctona, que controló e influyó a un más vasto territorio y que entabló relaciones comerciales y de diverso tipo con las lejanas civilizaciones del Mediterráneo oriental: fenicios, luego griegos, que si bien trajeron diversas innovaciones a las costas andaluzas también recibieron a cambio manufacturas de bronce, joyas artísticas de plata de Tartessos al otro confín del mar.
Los casi 3.000 años que van de Tartessos hasta hoy han presenciado el desarrollo en el actual territorio andaluz de varios horizontes civilizatorios, separados por diversas rupturas de tipo político-religioso y de estructura económica pero enlazados por una continuidad básica de civilización. Es esta característica la que personaliza e identifica más claramente a Andalucía como un país con historia e identidad propias en el conjunto de los pueblos mediterráneos. Contrariamente a lo ocurrido en prácticamente todo el conjunto del Mar Mediterráneo (con la, quizá única excepción, de Bizancio) aquí no se dio nunca un trauma civilizatorio global, una pérdida del papel foco cultural de mediterraneidad.
Sin entrar ahora en una discusión profunda acerca de las características de la mediterraneidad como tradición civilizatoria, ésta se ha basado históricamente en un ecosistema de mar, montañas y valles con una agricultura basada en la trilogía del trigo, el olivo y la vid, complementada por una ganadería bovina, caprina y porcina; una estructura de las explotaciones con predominio de la gran propiedad en las tierras fértiles de producción extensiva y de la pequeña en los estrechos valles y en las zonas de montaña; así como en una clara tendencia a la concentración de la población en núcleos que pueden ser grandes o pequeños pero que posibilitan una interacción social y unos modos de vida urbanos. Esto último produce que, junto a la salvaguarda de la privacidad familiar, se desarrollen muy ampliamente las relaciones sociales en espacios públicos: en la plaza, la calle, el mercado, los baños, la taberna, el casino, la hermandad, y otros varios lugares y contextos, según épocas y sociedades específicas pero todos ellos centros de sociabilidad.
Asimismo, está presente una acusada tendencia a la segmentación y la contraposición social y simbólica, bien sea en grupos o facciones múltiples o en agrupamientos duales, no necesariamente coincidentes con las divisiones de clase; y ha sido también un rasgo importante, aún al menos parcialmente vigente, una clara dicotomía de sexos en cuanto a papeles sociales, percepciones y simbolismos.
En este contexto general (que se concreta en instituciones y expresiones culturales específicas de cada pueblo y cada época histórica) la especifidad de Andalucía estriba, sobre todo, en haber mantenido y desarrollado con menores interrupciones traumáticas que en el resto del área esos rasgos estructurales, habiendo sido, en algunas ocasiones, depositaria casi exclusiva de ellos, y en haber actuado de crisol y síntesis de elementos provenientes de varias de las más importantes tradiciones culturales en que se ha subdividido históricamente la gran tradición civilizatoria mediterránea.
Es necesario subrayar que subyacentes a las diversas rupturas y horizontes culturales que podemos dibujar en el proceso histórico de Andalucía permanecen continuidades de fondo, aunque esta afirmación contradiga la lectura convencional que la historiografía ha venido haciendo de las diversas "invasiones" de que ha sido objeto, desde el norte y desde el sur, Andalucía, a lo largo de los últimos tres milenios. Una lectura que ha privilegiado los ámbitos políticos, militares y religiosos en detrimento de las demás dimensiones civilizatorias, en las cuales (y aún en algunos aspectos no superficiales de aquellos) nunca ocurrió en Andalucía un nivel de ruptura comparable, por ejemplo, al de la irrupción de las tribus nómadas germánicas en la mayor parte del Imperio Romano europeo o de las bereberes en la orilla sur de éste.
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