La Andalucía Bética
Cuando los comerciantes griegos de las ciudades del Egeo fundan sus factorías en enclaves concretos de toda la costa mediterránea occidental, no encuentran en el interior del territorio andaluz, como en el resto de los lugares, sólo grupos autóctonos de tecnología y organización sociopolítica poco desarrolladas, sino el reino tartésico. Por ello, siglos más tarde, Roma no civiliza Andalucía, como sí lo hace intensamente con la restante costa mediterránea de Hispania y más lentamente con el interior mesetario, por el simple hecho de que desde mucho tiempo atrás ya había en la mayor parte de ella una verdadera civilización. Y ello explica también que fuera la Bética (con unos límites ya bastante aproximados a los actuales, hace 2.000 años) una de las regiones más importantes de todo el Imperio por su significación económica, su peso político y cultural, el número de ciudadanos y la cantidad y calidad de núcleos urbanos. No fue por casualidad que la Bética diera a Roma dos emperadores (Trajano y Adriano), un conjunto de intelectuales, entre los que descuellan Séneca, Lucano o Columela, con muy difícil parangón en otras provincias, o que el trascendental Concilio de Nicea fuera presidido por un cordobés: el obispo Osio.
La civilización bética, que no fue sólo fruto de la romanización sino de la fusión entre la cultura latina y las altas culturas autóctonas descendientes de las de Tartessos y El Argar (esta última centrada en la parte central de la actual Andalucía y desarrollada en base a la metalurgia del cobre) tampoco sufrió el cataclismo que tuvo lugar en la inmensa mayoría de las tierras del Imperio, tanto en las riberas norte como sur del Mare Nostrum. Aquí, la civilización clásica no fue destruida y sustituida por la organización cuasitribal de los pueblos nómadas conquistadores: la presencia de los vándalos silingos fue efímera y poco significativa y el dominio político visigodo suave y lejano, hasta el punto de que las grandes familias aristocráticas béticas pudieron mantenerse de forma casi independiente, aprovechando las disputas dinásticas y religiosas del reino visigodo, centrado en la meseta, y apoyando incluso militarmente al Imperio Bizantino. Es significativo, en este sentido, que durante casi un siglo, los bizantinos ocupasen toda la franja costera andaluza desde el Estrecho de Gibraltar hasta Alicante, en alianza con estas grandes familias de la Bética. Así fue posiblemente que culturalmente, en Andalucía apenas se diera la etapa en la que prácticamente toda Europa, incluida la mayor parte de la península Ibérica, supuso la Alta Edad Media de declive casi total de la vida urbana, campesinización del conjunto de la población, eclipse de los saberes y olvido de la cultura clásica grecolatina. Hispalis, Corduba, Malaca y muchas otras grandes y medianas ciudades de la Bética continuaron siendo importantes centros urbanos y cabezas episcopales en las que fueron creadas bibliotecas y se preservaron en gran parte las formas de vida, los conocimientos y la filosofía clásica impregnadas de orientación cristiana. Las "etimologías", obra del arzobispo Isidoro de Sevilla y resumen enciclopédico de la ciencia, el pensamiento y la teología de la Antigüedad, que seguían vigentes aquí, representan y ejemplifican una realidad cultural única en la Europa de su tiempo.
Los siglos de Al-Andalus
Sólo teniendo presente esta situación, y no considerando a la Andalucía "visigótica" como una parte más del reino visigodo, pueden entenderse la realidad y el verdadero significado para Andalucía de los siglos de la civlización de Al-Andalus. Ésta supuso principalmente, no la "arabización" de Andalucía, como tradicionalmente suele afirmarse, sino la creación de una síntesis cultural entre la tradición cultural bética y las tradiciones árabes y, sobre todo, bereberes recientemente islamizadas, en la que los elementos autóctonos andaluces predominaron de forma ostensible, tanto por ser propios de los que seguiría siendo la inmensa mayoría de la población como por resultado de una civilización que tenía ya entonces una profundidad de 1.500 años.
Lo que suele denominarse en la inmensa mayoría de la historiografía y en los libros de texto escolares como "invasión árabe" fue sin duda una ruptura política: la sustitución de la cúpula de poder visigótica por una nueva oligarquía: la árabe, pero al menos en la Al-Andalus andaluza, junto a elementos de todo tipo que representan rotundas continuidades. Incluso en el ámbito religioso, que es uno de los que se acostumbra a utilizar, si no el que más para tratar de demostrar la supuesta ruptura total con la tradición civilizatoria anterior, es necesario tener presente que, a muchos efectos, el Islam estaba incluso menos alejado del cristianismo unitarista, ampliamente difundido en la Andalucía visigótica, que el trinitarismo oficial de la religión de Estado de los visigodos.
En cualquier caso, nadie podría discutir que Andalucía fue durante varios siglos el centro de la gravedad del desarrollo y esplendor de una civilización peculiar, de imposible paralelo en la Edad Media europea, que fue diferente a las culturas cristianas del norte (incluyendo en el norte a una parte que sería crecientemente mayor de la peníninsula Ibérica) y también claramente diferenciada de las culturas del sur (considerando como sur los territorios y pueblos más allá del Estrecho de Gibraltar).
Cuando se habla de la "Andalucía árabe" se dice solamente una verdad a medias, o lo que es lo mismo, una media falsedad. La "arabización" (mejor lena y sólo parcial islamización) de los bético-visigodos sólo puede aceptarse como realidad si a la vez afirmamos una aún mayor "beticización" de la élite árabe y de las más amplias capas berberes que se asentaron, aunque siempre demográficamente en minoría, en territorio andaluz. Lo que se dio en Al-Andalus fue una civilización autóctona, producto de una específica combinación de elementos procedentes de tres tradiciones culturales: la predominante, en términos civilizatorios, fue la autóctona, que tenía ya milenio y medio desarrollo, en el que había incorporado muy importantes aportaciones de las culturas en cada momento histórico más significativas del Mediterráneo (fenicios, griegos, latinos y bizantinos); la árabe-islámica, en una fase primera, expansiva, de su construcción, que era la inicialmente propia de la élite política de los nuevos dominadores, pero que todavía estaba poco interiorizada entre la mayor parte de la población bereber, que era su principal soporte demográfico; y, finalmente, la judía, ya previamente coexistente y en relación más o menos armónica o conflictiva, según fases y situaciones históricas, con las dos tradiciones anteriores aquende y allende el Estrecho de Gibraltar.
Estas tres grandes tradiciones culturales eran todas ellas ramas diversas del gran tronco civilizatorio mediterráneo: de ahí que su combinación fuera posible sin forzados sincretismos, permitiendo la creación y desarrollo de una civilización brillante y peculiar, por única, y también la perduración durante varios siglos de modos de vida, formas de organización social, instituciones y creencias propias de las tres diferentes tradiciones en una relación, si no de autonomía, al menos sí de convivencia y de general tolerancia (salvo momentos y sucesos puntuales=, incluyendo la dimensión religiosa. Ejemplos de ello, entre otros muchos, son el mantenimiento del culto cristiano, con presencia ininterrumpida de obispos en Sevilla, Córdoba, Écija, Cabra, Elvira y otras ciudades hasta mediados del siglo XII, la celebración de concilios y la aparición incluso de herejías, o la peculiar lectura de muchos preceptos del Corán referidos al vino y a una gran diversidad de comportamientos que en Al-Andalus no se llevaron a la práctica.
Durante más de 400 años, tanto en la época del Emirato como del Califato y en la posterior de los señoríos o reinos de taifas (en realidad una especie de repúblicas ciudadanas al modo de lo que serían más tarde las de Italia), más allá de las guerras cíclicas, pactos y cambiantes alianzas con los reinos cristianos del norte, y de las revueltas y conspiraciones internas de palacio, florecieron de forma permanente la filosofía, la poesía, el arte, las matemáticas, la astronomía, la medicina y otras ciencias como en ningún otro lugar de Europa ni el Mediterráneo de su tiempo. Maimónides, Averroes, Ibn Jaldún, Ibn Hazm (autor del "Collar de la Paloma), Al Motamid (el rey poeta de Sevilla) y muchos nombres más, injustamente preteridos hoy, son una buena prueba de ello.
La brillante civilización andalusí decayó e incluso fue destruida en muchas de sus más importantes vertientes, y sobre todo en su sentido profundo, no abruptamente por las conquistas cristianas de mediados del siglo XIII y finales del XV respectivamente para el valle del Guadalquivir y la Andalucía penibética, sino en buena parte antes, por el dominio político y la intransigencia religiosa de los integristas islámicos, procedentes del Magreb, que incorporaron a Andalucía a sus imperios africanos e impusieron a sangre y fuego su ortodoxia, eliminando el "desviacionismo" religioso y cultural que desde su lógica representaba la civilización andalusí. Primero los almorávides, en el tránsito entre los siglos XI y XII, y luego los almohades, a mediados de este último, ambos grupos étnicos originarios del Desierto del Sahara, sometieron militar y políticamente al conjunto de Al-Andalus y le impusieron una cultura que sólo tenía con la andalusí "clásica" similitudes, y ello de forma muy relativa, en ciertos aspectos de la religión, la lengua y la arquitectura.
Es preciso tener esto muy en cuenta a la hora de valorar lo que representó la conquista castellana y la recristianización que ella conllevó para el proceso histórico andaluz. En este sentido, dos lecturas falseadoras de la Historia constituyen hoy obstáculos importantes para una adecuada comprensión. La lectura dominante, que continúa hoy impregnando una gran parte de la historiografía oficial, está asentada en la mitología de la Reconquista como base de la legitimación del discurso ideológico de España como nación, y según la cual los siglos de Al-Andalus serian una especie de paréntesis de más de cinco o casi ocho siglos (según nos refiramos a una zona u otra de Andalucía) en el curso natural de la historia "patria" (?), debido a la irrupción de una población, una cultura y una religión extranjeras. La otra lectura, minoritaria pero no menos mixtificadora de la realidad histórica, es la que mitifica el horizonte andalusí como el único supuestamente "auténtico" en la historia andaluza, siendo su conclusión el inicio del "verdadero" paréntesis.
Cuando los comerciantes griegos de las ciudades del Egeo fundan sus factorías en enclaves concretos de toda la costa mediterránea occidental, no encuentran en el interior del territorio andaluz, como en el resto de los lugares, sólo grupos autóctonos de tecnología y organización sociopolítica poco desarrolladas, sino el reino tartésico. Por ello, siglos más tarde, Roma no civiliza Andalucía, como sí lo hace intensamente con la restante costa mediterránea de Hispania y más lentamente con el interior mesetario, por el simple hecho de que desde mucho tiempo atrás ya había en la mayor parte de ella una verdadera civilización. Y ello explica también que fuera la Bética (con unos límites ya bastante aproximados a los actuales, hace 2.000 años) una de las regiones más importantes de todo el Imperio por su significación económica, su peso político y cultural, el número de ciudadanos y la cantidad y calidad de núcleos urbanos. No fue por casualidad que la Bética diera a Roma dos emperadores (Trajano y Adriano), un conjunto de intelectuales, entre los que descuellan Séneca, Lucano o Columela, con muy difícil parangón en otras provincias, o que el trascendental Concilio de Nicea fuera presidido por un cordobés: el obispo Osio.
Extensión de la Baetica romana dentro de Hispania |
La civilización bética, que no fue sólo fruto de la romanización sino de la fusión entre la cultura latina y las altas culturas autóctonas descendientes de las de Tartessos y El Argar (esta última centrada en la parte central de la actual Andalucía y desarrollada en base a la metalurgia del cobre) tampoco sufrió el cataclismo que tuvo lugar en la inmensa mayoría de las tierras del Imperio, tanto en las riberas norte como sur del Mare Nostrum. Aquí, la civilización clásica no fue destruida y sustituida por la organización cuasitribal de los pueblos nómadas conquistadores: la presencia de los vándalos silingos fue efímera y poco significativa y el dominio político visigodo suave y lejano, hasta el punto de que las grandes familias aristocráticas béticas pudieron mantenerse de forma casi independiente, aprovechando las disputas dinásticas y religiosas del reino visigodo, centrado en la meseta, y apoyando incluso militarmente al Imperio Bizantino. Es significativo, en este sentido, que durante casi un siglo, los bizantinos ocupasen toda la franja costera andaluza desde el Estrecho de Gibraltar hasta Alicante, en alianza con estas grandes familias de la Bética. Así fue posiblemente que culturalmente, en Andalucía apenas se diera la etapa en la que prácticamente toda Europa, incluida la mayor parte de la península Ibérica, supuso la Alta Edad Media de declive casi total de la vida urbana, campesinización del conjunto de la población, eclipse de los saberes y olvido de la cultura clásica grecolatina. Hispalis, Corduba, Malaca y muchas otras grandes y medianas ciudades de la Bética continuaron siendo importantes centros urbanos y cabezas episcopales en las que fueron creadas bibliotecas y se preservaron en gran parte las formas de vida, los conocimientos y la filosofía clásica impregnadas de orientación cristiana. Las "etimologías", obra del arzobispo Isidoro de Sevilla y resumen enciclopédico de la ciencia, el pensamiento y la teología de la Antigüedad, que seguían vigentes aquí, representan y ejemplifican una realidad cultural única en la Europa de su tiempo.
Los siglos de Al-Andalus
Sólo teniendo presente esta situación, y no considerando a la Andalucía "visigótica" como una parte más del reino visigodo, pueden entenderse la realidad y el verdadero significado para Andalucía de los siglos de la civlización de Al-Andalus. Ésta supuso principalmente, no la "arabización" de Andalucía, como tradicionalmente suele afirmarse, sino la creación de una síntesis cultural entre la tradición cultural bética y las tradiciones árabes y, sobre todo, bereberes recientemente islamizadas, en la que los elementos autóctonos andaluces predominaron de forma ostensible, tanto por ser propios de los que seguiría siendo la inmensa mayoría de la población como por resultado de una civilización que tenía ya entonces una profundidad de 1.500 años.
Lo que suele denominarse en la inmensa mayoría de la historiografía y en los libros de texto escolares como "invasión árabe" fue sin duda una ruptura política: la sustitución de la cúpula de poder visigótica por una nueva oligarquía: la árabe, pero al menos en la Al-Andalus andaluza, junto a elementos de todo tipo que representan rotundas continuidades. Incluso en el ámbito religioso, que es uno de los que se acostumbra a utilizar, si no el que más para tratar de demostrar la supuesta ruptura total con la tradición civilizatoria anterior, es necesario tener presente que, a muchos efectos, el Islam estaba incluso menos alejado del cristianismo unitarista, ampliamente difundido en la Andalucía visigótica, que el trinitarismo oficial de la religión de Estado de los visigodos.
Mapa peninsular en los tiempos del Califato cordobés |
En cualquier caso, nadie podría discutir que Andalucía fue durante varios siglos el centro de la gravedad del desarrollo y esplendor de una civilización peculiar, de imposible paralelo en la Edad Media europea, que fue diferente a las culturas cristianas del norte (incluyendo en el norte a una parte que sería crecientemente mayor de la peníninsula Ibérica) y también claramente diferenciada de las culturas del sur (considerando como sur los territorios y pueblos más allá del Estrecho de Gibraltar).
Cuando se habla de la "Andalucía árabe" se dice solamente una verdad a medias, o lo que es lo mismo, una media falsedad. La "arabización" (mejor lena y sólo parcial islamización) de los bético-visigodos sólo puede aceptarse como realidad si a la vez afirmamos una aún mayor "beticización" de la élite árabe y de las más amplias capas berberes que se asentaron, aunque siempre demográficamente en minoría, en territorio andaluz. Lo que se dio en Al-Andalus fue una civilización autóctona, producto de una específica combinación de elementos procedentes de tres tradiciones culturales: la predominante, en términos civilizatorios, fue la autóctona, que tenía ya milenio y medio desarrollo, en el que había incorporado muy importantes aportaciones de las culturas en cada momento histórico más significativas del Mediterráneo (fenicios, griegos, latinos y bizantinos); la árabe-islámica, en una fase primera, expansiva, de su construcción, que era la inicialmente propia de la élite política de los nuevos dominadores, pero que todavía estaba poco interiorizada entre la mayor parte de la población bereber, que era su principal soporte demográfico; y, finalmente, la judía, ya previamente coexistente y en relación más o menos armónica o conflictiva, según fases y situaciones históricas, con las dos tradiciones anteriores aquende y allende el Estrecho de Gibraltar.
Estas tres grandes tradiciones culturales eran todas ellas ramas diversas del gran tronco civilizatorio mediterráneo: de ahí que su combinación fuera posible sin forzados sincretismos, permitiendo la creación y desarrollo de una civilización brillante y peculiar, por única, y también la perduración durante varios siglos de modos de vida, formas de organización social, instituciones y creencias propias de las tres diferentes tradiciones en una relación, si no de autonomía, al menos sí de convivencia y de general tolerancia (salvo momentos y sucesos puntuales=, incluyendo la dimensión religiosa. Ejemplos de ello, entre otros muchos, son el mantenimiento del culto cristiano, con presencia ininterrumpida de obispos en Sevilla, Córdoba, Écija, Cabra, Elvira y otras ciudades hasta mediados del siglo XII, la celebración de concilios y la aparición incluso de herejías, o la peculiar lectura de muchos preceptos del Corán referidos al vino y a una gran diversidad de comportamientos que en Al-Andalus no se llevaron a la práctica.
Durante más de 400 años, tanto en la época del Emirato como del Califato y en la posterior de los señoríos o reinos de taifas (en realidad una especie de repúblicas ciudadanas al modo de lo que serían más tarde las de Italia), más allá de las guerras cíclicas, pactos y cambiantes alianzas con los reinos cristianos del norte, y de las revueltas y conspiraciones internas de palacio, florecieron de forma permanente la filosofía, la poesía, el arte, las matemáticas, la astronomía, la medicina y otras ciencias como en ningún otro lugar de Europa ni el Mediterráneo de su tiempo. Maimónides, Averroes, Ibn Jaldún, Ibn Hazm (autor del "Collar de la Paloma), Al Motamid (el rey poeta de Sevilla) y muchos nombres más, injustamente preteridos hoy, son una buena prueba de ello.
La brillante civilización andalusí decayó e incluso fue destruida en muchas de sus más importantes vertientes, y sobre todo en su sentido profundo, no abruptamente por las conquistas cristianas de mediados del siglo XIII y finales del XV respectivamente para el valle del Guadalquivir y la Andalucía penibética, sino en buena parte antes, por el dominio político y la intransigencia religiosa de los integristas islámicos, procedentes del Magreb, que incorporaron a Andalucía a sus imperios africanos e impusieron a sangre y fuego su ortodoxia, eliminando el "desviacionismo" religioso y cultural que desde su lógica representaba la civilización andalusí. Primero los almorávides, en el tránsito entre los siglos XI y XII, y luego los almohades, a mediados de este último, ambos grupos étnicos originarios del Desierto del Sahara, sometieron militar y políticamente al conjunto de Al-Andalus y le impusieron una cultura que sólo tenía con la andalusí "clásica" similitudes, y ello de forma muy relativa, en ciertos aspectos de la religión, la lengua y la arquitectura.
Es preciso tener esto muy en cuenta a la hora de valorar lo que representó la conquista castellana y la recristianización que ella conllevó para el proceso histórico andaluz. En este sentido, dos lecturas falseadoras de la Historia constituyen hoy obstáculos importantes para una adecuada comprensión. La lectura dominante, que continúa hoy impregnando una gran parte de la historiografía oficial, está asentada en la mitología de la Reconquista como base de la legitimación del discurso ideológico de España como nación, y según la cual los siglos de Al-Andalus serian una especie de paréntesis de más de cinco o casi ocho siglos (según nos refiramos a una zona u otra de Andalucía) en el curso natural de la historia "patria" (?), debido a la irrupción de una población, una cultura y una religión extranjeras. La otra lectura, minoritaria pero no menos mixtificadora de la realidad histórica, es la que mitifica el horizonte andalusí como el único supuestamente "auténtico" en la historia andaluza, siendo su conclusión el inicio del "verdadero" paréntesis.
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