A pesar de los desequilibrios internos (no mayores que el de otros países y territorios de España y de Europa en su tiempo), Andalucía se sitúa al comienzo de la Edad Contemporánea en una posición potencialmente favorable, aunque también con algunas trabas para revalidar su modernidad convirtiéndose en un foco de industrialización. Y, en efecto, el primer impulso industrializador se dio y fue importante. Pocos conocen que los primeros altos hornos de España fueron los de Marbella, en 1826, para el aprovechamiento del hierro de Sierra Blanca, y los de El Pedroso, en la sierra de Sevilla. Basta con leer las informaciones y estadísticas contenidas en la enciclopédica obra de Pascual Madoz para comprobar que varias provincias andaluzas se encontraban a mediados del siglo XIX dentro de las primeras de España en varios de las más importantes producciones industriales. Málaga era primera en producción de jabón y aguardientes, segunda en productos químicos y tercera en fundiciones y construcción de maquinaria, siendo también muy importantes sus fábricas textiles, que continuaban, al igual que en Granada, una vieja tradición basada en la seda y el cáñamo. Sevilla ocupaba el primer lugar en vidrio, loza, yeso, cal y el cuarto en hierro, acero y maquinaria. Por su parte, Cádiz era quinta en el sector químico y séptima en hierro y acero.
Mucho tuvo que ver en esta situación el verdadero boom minero del hierro, el plomo, el cobre, el azufre e incluso el oro, que se dio durante varias décadas en los focos del río Tinto (Huelva), la costa mediterránea (en especial la almeriense Sierra Almagrera), Los Pedroches (Córdoba), Linares (Jaén) y varios más, que en algunos casos dieron lugar a la aparición de siderurgias. Por no citar el mantenimiento de la importancia de las producciones agrícolas y agroindustriales, muchas de ellas dirigidas principalmente a la exportación: vinos de Jerez, Málaga, Montilla y El Condado de Huelva, uvas pasas malagueñas, uvas de mesa almerienses, aceite, caña de azúcar y trigo, con muy altos rendimientos...
Durante la década de los sesenta y los setenta, sin embargo, casi todo ello comenzó a ser sólo un recuerdo de lo que pudo ser y no fue, una inmensa frustración colectiva y un motivo para la arqueología industrial. En lugar de una profundización en la vía industrial, se produce una reagrarización y reruralización profunda del país, que lo aboca al subdesarrollo. Motivos internos, referidos a la propia estructura económica y social andaluza, y externos, en relación sobre todo a la nueva reorganización de la división territorial del trabajo, que supuso la cristalización global definitiva del modo de producción capitalista, confluyeron para producir este efecto.
Sólo a modo de apretada síntesis apuntaremos algunos de ente los más decisivos factores concurrentes: la política de desamortizaciones agrícolas de los gobiernos liberales del Estado, que desvió hacia la compra de tierras buena parte de los capitales que, sin esta posibilidad, hubieran podido ser invertidos y reinvertidos en la industria. El carácter colonial, puro y duro, de varias de las grandes explotaciones mineras, cuyo paradigma fueron las minas de Riotinto, en manos de la British Company, que no produjo ni una sola fábrica ya que suponía solamente un mecanismo de expoliación del mineral y desertización del territorio. El minifundismo, por contraste a lo anterior, predominante en la minería no controlada por grandes sociedades extranjeras. El desfase entre las necesidades de carbón y las disponibilidades de carbones vegetales y minerales cercanos a las siderurgias, con unos costos prohibitivos de importación de los mismos debido al retraso e inadecuada planificación para los intereses andaluces de la red de ferrocarriles. La presencia económica y la influencia política de la crecientemente pujante burguesía industrial de otras zonas del Estado, en especial Cataluña, con mayor dinamicidad en las innovaciones tencológicas, más cercano acceso a las fuentes financieras y mayor atención a la reinversión y la competitividad, y a la que interesaba sobre todo garantizar su monopolio sobre el mercado interior español, lo que consiguió en gran medida favorecida por la política de infraestructuras de transportes y comunicaciones que se llevó a cabo efectivamente a nivel del Estado. También, y no en pequeña medida, debe ser considerado el grado limitado de la apuesta por el riesgo de la burguesía andaluza y el hecho de que el sector más conservador de ésta (la oligarquía agraria con base en el sistema económico y social latifundista) no podía contemplar con buenos ojos un proceso de industrialización que podía tener como unos de sus efectos el éxodo del campo a los núcleos industriales, poniendo en peligro la continuidad de los bajos salarios y las condiciones de trabajo típicas del primer capitalismo, aquí en la agricultura, que eran la base de su poder no sólo económico, sino también social y político.
No es algo casual, sino muy significativo, que fuera esta oligarquía agraria, propietaria de grandes explotaciones de aprovechamiento extensivo, agrícola y ganadero, y que aunque con proclividad a los modos de vida, la mentalidad y la parafernalia señorial, era rotundamente, en terminos de clase económica, una gran burguesía agraria, la que optara, y al fin impusiera, a nivel estatal, una política fuertemente proteccionista en lo económico y centralista en lo político, frente a los sectores burgueses andaluces más dinámicos: industriales, agroindustriales y de la agricultura para la exportación, que se vieron fuertemente perjudicados.
Este proteccionismo económico que interesaba a los grandes propietarios de las explotaciones cerealistas y olivareras andaluzas coincidía plenamente con los intereses económicos de la gran burguesía catalana, centrada sobre todo en el textil, y de la gran burguesía financiera y luego también industrial (centrada sobre todo en la industria pesada) del País Vasco. De aquí que pueda hablarse de una coincidencia, e incluso, al menos en cierto sentido, de un pacto entre estos sectores de la gran burguesía española de la segunda mitad del siglo XIX. A partir de entonces y durante un siglo, hasta la reciente reestructuración del modelo económico estatal, resultado de una nueva organización territorial del trabajo, esta vez a nivel europeo y mundial, Andalucía hubo de asumir un papel dependiente en lo económico (y también crecientemente en lo político) principalmente centrado en las producciones agrícolas con apenas transformación ni valor añadido, en el suministro de recursos mineros y también humanos, cuando era necesaria una abundante mano de obra en las zonas industriales de España y Europa, y en constituir un extenso mercado para la industria foránea, lo que representa claramente una situación de subdesarrollo.
En las últimas décadas, sin alterarse esencialmente los factores anteriores, se han añadido otros tres: especialización en un turismo de masas estacional, de dudosos beneficios económicos y a veces irreversibles efectos en la ecología de las costas, intensificación de cultuvos para la exportación en lugares también costeros de clima templado o subtropical, en base sobre todo al trabajo familiar, y destrucción del ya de por sí débil tejido industrial existente.
Alto horno de La Concepción (Marbella) |
Mucho tuvo que ver en esta situación el verdadero boom minero del hierro, el plomo, el cobre, el azufre e incluso el oro, que se dio durante varias décadas en los focos del río Tinto (Huelva), la costa mediterránea (en especial la almeriense Sierra Almagrera), Los Pedroches (Córdoba), Linares (Jaén) y varios más, que en algunos casos dieron lugar a la aparición de siderurgias. Por no citar el mantenimiento de la importancia de las producciones agrícolas y agroindustriales, muchas de ellas dirigidas principalmente a la exportación: vinos de Jerez, Málaga, Montilla y El Condado de Huelva, uvas pasas malagueñas, uvas de mesa almerienses, aceite, caña de azúcar y trigo, con muy altos rendimientos...
Durante la década de los sesenta y los setenta, sin embargo, casi todo ello comenzó a ser sólo un recuerdo de lo que pudo ser y no fue, una inmensa frustración colectiva y un motivo para la arqueología industrial. En lugar de una profundización en la vía industrial, se produce una reagrarización y reruralización profunda del país, que lo aboca al subdesarrollo. Motivos internos, referidos a la propia estructura económica y social andaluza, y externos, en relación sobre todo a la nueva reorganización de la división territorial del trabajo, que supuso la cristalización global definitiva del modo de producción capitalista, confluyeron para producir este efecto.
Sólo a modo de apretada síntesis apuntaremos algunos de ente los más decisivos factores concurrentes: la política de desamortizaciones agrícolas de los gobiernos liberales del Estado, que desvió hacia la compra de tierras buena parte de los capitales que, sin esta posibilidad, hubieran podido ser invertidos y reinvertidos en la industria. El carácter colonial, puro y duro, de varias de las grandes explotaciones mineras, cuyo paradigma fueron las minas de Riotinto, en manos de la British Company, que no produjo ni una sola fábrica ya que suponía solamente un mecanismo de expoliación del mineral y desertización del territorio. El minifundismo, por contraste a lo anterior, predominante en la minería no controlada por grandes sociedades extranjeras. El desfase entre las necesidades de carbón y las disponibilidades de carbones vegetales y minerales cercanos a las siderurgias, con unos costos prohibitivos de importación de los mismos debido al retraso e inadecuada planificación para los intereses andaluces de la red de ferrocarriles. La presencia económica y la influencia política de la crecientemente pujante burguesía industrial de otras zonas del Estado, en especial Cataluña, con mayor dinamicidad en las innovaciones tencológicas, más cercano acceso a las fuentes financieras y mayor atención a la reinversión y la competitividad, y a la que interesaba sobre todo garantizar su monopolio sobre el mercado interior español, lo que consiguió en gran medida favorecida por la política de infraestructuras de transportes y comunicaciones que se llevó a cabo efectivamente a nivel del Estado. También, y no en pequeña medida, debe ser considerado el grado limitado de la apuesta por el riesgo de la burguesía andaluza y el hecho de que el sector más conservador de ésta (la oligarquía agraria con base en el sistema económico y social latifundista) no podía contemplar con buenos ojos un proceso de industrialización que podía tener como unos de sus efectos el éxodo del campo a los núcleos industriales, poniendo en peligro la continuidad de los bajos salarios y las condiciones de trabajo típicas del primer capitalismo, aquí en la agricultura, que eran la base de su poder no sólo económico, sino también social y político.
Las minas a cielo abierto de Riotinto (Huelva) |
No es algo casual, sino muy significativo, que fuera esta oligarquía agraria, propietaria de grandes explotaciones de aprovechamiento extensivo, agrícola y ganadero, y que aunque con proclividad a los modos de vida, la mentalidad y la parafernalia señorial, era rotundamente, en terminos de clase económica, una gran burguesía agraria, la que optara, y al fin impusiera, a nivel estatal, una política fuertemente proteccionista en lo económico y centralista en lo político, frente a los sectores burgueses andaluces más dinámicos: industriales, agroindustriales y de la agricultura para la exportación, que se vieron fuertemente perjudicados.
Este proteccionismo económico que interesaba a los grandes propietarios de las explotaciones cerealistas y olivareras andaluzas coincidía plenamente con los intereses económicos de la gran burguesía catalana, centrada sobre todo en el textil, y de la gran burguesía financiera y luego también industrial (centrada sobre todo en la industria pesada) del País Vasco. De aquí que pueda hablarse de una coincidencia, e incluso, al menos en cierto sentido, de un pacto entre estos sectores de la gran burguesía española de la segunda mitad del siglo XIX. A partir de entonces y durante un siglo, hasta la reciente reestructuración del modelo económico estatal, resultado de una nueva organización territorial del trabajo, esta vez a nivel europeo y mundial, Andalucía hubo de asumir un papel dependiente en lo económico (y también crecientemente en lo político) principalmente centrado en las producciones agrícolas con apenas transformación ni valor añadido, en el suministro de recursos mineros y también humanos, cuando era necesaria una abundante mano de obra en las zonas industriales de España y Europa, y en constituir un extenso mercado para la industria foránea, lo que representa claramente una situación de subdesarrollo.
En las últimas décadas, sin alterarse esencialmente los factores anteriores, se han añadido otros tres: especialización en un turismo de masas estacional, de dudosos beneficios económicos y a veces irreversibles efectos en la ecología de las costas, intensificación de cultuvos para la exportación en lugares también costeros de clima templado o subtropical, en base sobre todo al trabajo familiar, y destrucción del ya de por sí débil tejido industrial existente.
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