Ayer, domingo 13 de marzo, el colectivo Granada Abierta se volvía a reunir en la Plaza de Bib-Rambla, en el acto "Arde la Memoria", con motivo de la quema de libros ordenada por el cardenal Cisneros en 1499. Apagamos la hoguera de la intolerancia con una lectura poética en árabe y castellano, como símbolo de hermanamiento entre las dos lenguas, y reivindicamos el plurilingüismo, como seña de identidad de la Granada multicultural con la que soñamos.
La quema de libros ha sido una práctica habitual de los regímenes totalitarios, a lo largo de la Historia, para borrar la memoria de los vencidos. Hace 2.200 años, el emperador chino Qin Shi Huangdi ordenó quemar miles de libros antiguos para eliminar cualquier rastro de pensamiento anterior a su dinastía. En el siglo X, Almanzor quemó asimismo la biblioteca del califa Al-Hakam II en Córdoba, presionado por los fundamentalistas que querían destruir los llamados "libros herejes". En 1562, durante la conquista de América, Diego de Landa acabó con los libros mayas para borrar la historia escrita de esta cultura indígena. En 1888, fue el emperador portugués Pedro II el que arrojó al fuego la documentación de la esclavitud en Brasil. Y en 1933, los nazis quemaron en Alemania los libros de escritores izquierdistas y judíos. También la dictadura franquista celebró la Fiesta del Libro de 1939, quemando los libros republicanos. Lo mismo hicieron los dictadores de Chile, Argentina y Guatemala, arrojando a la hoguera la documentación sobre la guerra sucia. Y en 1992, los serbios incendiaron la célebre Biblioteca de Sarajevo. En Granada, también hemos sufrido este atentado contra la cultura, del que ahora se cumplen 512 años.
En 1499, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros reducía a cenizas en la Plaza de Bib-Rambla más de 5.000 libros de la Biblioteca de la Madraza, por orden de los Reyes Católicos. El cielo de Granada se cubría de humo y olvido con la hoguera de la intolerancia, con la que Cisneros iniciaba una campaña de represión contra los moriscos. A partir de entonces, los musulmanes granadinos tuvieron que elegir entre una conversión forzosa y humillante o la tragedia del exilio. Juan de Vallejo, que fue íntimo amigo de Cisneros y testigo directo de la quema, hizo la primera crónica de aquel trágico suceso: "Para desarraigarles del todo de su perversa y mala secta, les mandó a los dichos alfaquís tomar todos sus alcoranes, los cuales fueron más de 4 o 5 mil volúmenes, y hacer muy grandes fuegos... Y así se quemaron todos, sin quemar memoria, excepto los libros de medicina, unos 40 volúmenes, que su señoría se llevó a la Biblioteca de Alcalá de Henares". Aunque es la crónica del alfaquí Barhum la que mejor describe la desesperación de los moriscos: "La situación se hizo insostenible cuando Cisneros, por mandato de la reina, les obligó a renegar de su cultura y de su fe. Un edicto ordenaba la entrega a la autoridad de todos los libros arábigos, amenazando con severos castigos a los que no lo hicieran... Miles de libros del Corán y otras ciencias fueron quemados en una plaza pública de Granada a la vista de todo el mundo".
Nuevas investigaciones desmienten que Cisneros actuara por su cuenta y confirman la responsabilidad de los Reyes Católicos en la quema de libros. Juan Antonio Vilar, autor de Una década fraudulenta, nos dice: "Granada quedaba en manos de Cisneros con el consentimiento real... Cisneros estaba dispuesto a asumir los daños que en su imagen produjera la presión sobre los mudéjares, mientras que los reyes, más maquiavélicos, prefirieron mantenerse lejos del problema para que no les salpicara. Los mudéjares quedaron abandonados a su suerte por los reyes, que prácticamente daban el golpe definitivo a la molesta capitulación de 1491". Y Rodrigo de Zayas afirma en su libro Los moriscos y el racismo de Estado que Isabel y Fernando conocían el plan de Cisneros para poner fin a la convivencia pactada con los musulmanes: "Las bibliotecas y los archivos del reino nazarí fueron quemados. Una vez destruida su memoria escrita, sólo les quedaba la transmisión oral para conservar su identidad histórica...". Más tarde, también prohibieron hablar en árabe.
Un especialista en la Inquisición española, Joseph Martin Walker, asegura que el cardenal contaba con el beneplácito de Isabel y Fernando para llevar a cabo su perverso plan, destinado a provocar la rebelión de los moriscos y justificar la expulsión: "Cisneros -dice Walker- solicitó permiso a los monarcas para poner en marcha una política de máxima dureza, haciendo quemar en la Plaza de Bib-Rambla cuantos ejemplares del Corán cayeron en sus manos. Semejante transgresión de lo pactado ofendió a los alfaquíes, produciéndose una revuelta en el Albaicín... los disturbios justificaron, por parte cristiana, el incumplimiento de las Capitulaciones".
Lamentablemente, el integrismo de Cisneros se impuso al tolerante Hernando de Talavera, primer Arzobispo de Granada, partidario de convencer y no de imponer, que llegó a traducir una Biblia al árabe para facilitar la convivencia con los moriscos.
FUENTE: Kaos - Andalucía
Foto del acto "Arde la Memoria" en Granada |
La quema de libros ha sido una práctica habitual de los regímenes totalitarios, a lo largo de la Historia, para borrar la memoria de los vencidos. Hace 2.200 años, el emperador chino Qin Shi Huangdi ordenó quemar miles de libros antiguos para eliminar cualquier rastro de pensamiento anterior a su dinastía. En el siglo X, Almanzor quemó asimismo la biblioteca del califa Al-Hakam II en Córdoba, presionado por los fundamentalistas que querían destruir los llamados "libros herejes". En 1562, durante la conquista de América, Diego de Landa acabó con los libros mayas para borrar la historia escrita de esta cultura indígena. En 1888, fue el emperador portugués Pedro II el que arrojó al fuego la documentación de la esclavitud en Brasil. Y en 1933, los nazis quemaron en Alemania los libros de escritores izquierdistas y judíos. También la dictadura franquista celebró la Fiesta del Libro de 1939, quemando los libros republicanos. Lo mismo hicieron los dictadores de Chile, Argentina y Guatemala, arrojando a la hoguera la documentación sobre la guerra sucia. Y en 1992, los serbios incendiaron la célebre Biblioteca de Sarajevo. En Granada, también hemos sufrido este atentado contra la cultura, del que ahora se cumplen 512 años.
En 1499, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros reducía a cenizas en la Plaza de Bib-Rambla más de 5.000 libros de la Biblioteca de la Madraza, por orden de los Reyes Católicos. El cielo de Granada se cubría de humo y olvido con la hoguera de la intolerancia, con la que Cisneros iniciaba una campaña de represión contra los moriscos. A partir de entonces, los musulmanes granadinos tuvieron que elegir entre una conversión forzosa y humillante o la tragedia del exilio. Juan de Vallejo, que fue íntimo amigo de Cisneros y testigo directo de la quema, hizo la primera crónica de aquel trágico suceso: "Para desarraigarles del todo de su perversa y mala secta, les mandó a los dichos alfaquís tomar todos sus alcoranes, los cuales fueron más de 4 o 5 mil volúmenes, y hacer muy grandes fuegos... Y así se quemaron todos, sin quemar memoria, excepto los libros de medicina, unos 40 volúmenes, que su señoría se llevó a la Biblioteca de Alcalá de Henares". Aunque es la crónica del alfaquí Barhum la que mejor describe la desesperación de los moriscos: "La situación se hizo insostenible cuando Cisneros, por mandato de la reina, les obligó a renegar de su cultura y de su fe. Un edicto ordenaba la entrega a la autoridad de todos los libros arábigos, amenazando con severos castigos a los que no lo hicieran... Miles de libros del Corán y otras ciencias fueron quemados en una plaza pública de Granada a la vista de todo el mundo".
Nuevas investigaciones desmienten que Cisneros actuara por su cuenta y confirman la responsabilidad de los Reyes Católicos en la quema de libros. Juan Antonio Vilar, autor de Una década fraudulenta, nos dice: "Granada quedaba en manos de Cisneros con el consentimiento real... Cisneros estaba dispuesto a asumir los daños que en su imagen produjera la presión sobre los mudéjares, mientras que los reyes, más maquiavélicos, prefirieron mantenerse lejos del problema para que no les salpicara. Los mudéjares quedaron abandonados a su suerte por los reyes, que prácticamente daban el golpe definitivo a la molesta capitulación de 1491". Y Rodrigo de Zayas afirma en su libro Los moriscos y el racismo de Estado que Isabel y Fernando conocían el plan de Cisneros para poner fin a la convivencia pactada con los musulmanes: "Las bibliotecas y los archivos del reino nazarí fueron quemados. Una vez destruida su memoria escrita, sólo les quedaba la transmisión oral para conservar su identidad histórica...". Más tarde, también prohibieron hablar en árabe.
Un especialista en la Inquisición española, Joseph Martin Walker, asegura que el cardenal contaba con el beneplácito de Isabel y Fernando para llevar a cabo su perverso plan, destinado a provocar la rebelión de los moriscos y justificar la expulsión: "Cisneros -dice Walker- solicitó permiso a los monarcas para poner en marcha una política de máxima dureza, haciendo quemar en la Plaza de Bib-Rambla cuantos ejemplares del Corán cayeron en sus manos. Semejante transgresión de lo pactado ofendió a los alfaquíes, produciéndose una revuelta en el Albaicín... los disturbios justificaron, por parte cristiana, el incumplimiento de las Capitulaciones".
Lamentablemente, el integrismo de Cisneros se impuso al tolerante Hernando de Talavera, primer Arzobispo de Granada, partidario de convencer y no de imponer, que llegó a traducir una Biblia al árabe para facilitar la convivencia con los moriscos.
FUENTE: Kaos - Andalucía
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