Ha comenzado ya la agresión a Libia por parte de lo que otrora se autodenominaba "mundo libre". El grupo de aves de rapiña, agrupados en torno a los vínculos transnacionales del gran capital, de la gran banca, de un puñado de ricachones, en definitiva, lo que el camarada Lenin definió como imperialismo, vuelve a posar su funesta mirada en un débil eslabón de la cadena mundial del libre mercado.
Hoy, como hace un siglo durante la Gran Guerra, las potencias imperialistas desatan ríos de sangre en pos de un nuevo reparto económico del mundo, una reorganización programada de la explotación a los países dependientes y un nuevo saqueo a las fuentes y materias primas de las nuevas colonias. Hoy, como hace 100 años fueron Polonia, Galitzia, el África Negra, Armenia u Oriente Medio, es Libia la nación que sufre la agresión de estos depredadores del gran capital.
¿Su delito? Sencillo, el territorio que hace 2.000 años albergó ese faro del comercio mediterráneo que fue Leptis Magna descansa sobre un inmenso océano de combustible fósil. El oro negro, el oro maldito, la negra máscara de la muerte. De la muerte se forma y la muerte produce. Esta negra peste y su guadaña se yerguen sobre las vidas de pueblos y naciones, para aumentar los beneficios de una ínfima parte de la Humanidad.
El Occidente complacido en su nihilismo, el Occidente de la comida rápida, el Occidente del consumo futil e inmediato, del trabajo basura y el sexo fácil, mira hacia otro lado. Consume información prefabricada de fácil digestión, que sirve para aliviar su conciencia. Estamos derrocando a un tirano y liberando al pueblo, loan los mamporreros mediáticos del capital. El ciudadano, feliz en su crisálida, no se plantea siquiera el dilema moral de que él es cómplice de los asesinos, él forma parte del entorno, él apoya a una banda armada mafiosa y extorsionadora. En definitiva, él es pro-capitalista.
¿Puede pues el ciudadano despertar de su crisálida y convertirse en una roja mariposa? Puede, debe y lo hará. Esa hercúlea fortaleza moral que es la conciencia de clase, aún dormida, no puede más que despertar y barrer de un plumazo a todos los parásitos de la Tierra. Por mucho que su presente sea encadenarnos una y otra vez como a los personajes del platoniano mito de la caverna, la verdad acaba por romper todas las barreras.
La fuerza libertadora, la clase obrera, resurge una y otra vez de sus cenizas. Muchos dieron por muerta y enterrada a la inmortal obra del camarada Lenin tras la caída de los mercaderes del tempo revisionista soviético. Muchos renegaron, regresaron los oportunistas, los liquidadores. Otros se retiraron a una vida eremita conservando intacto el ideal, pero perdiendo todo contacto con la masa. Esta vez David no tenía siquiera una honda a mano para resistir a Goliat, la nueva correlación de fuerzas dio vía libre a los bárbaros para saquear la nueva Roma roja, templada por el acero.
Falsos profetas nos prometieron el fin de la Historia, la desaparición de las guerras, un nuevo amanecer para la especie humana. Heraldos de los jinetes del Apocalipsis eran. Sin ningún muro de contención, el doctor Frankenstein no pudo contener a la bestia que él mismo había creado.
Nuevos contendientes entraron a la batalla, un milenario imperio, otrora timonel de los pueblos en lucha, despertaba y asediaba la fortaleza de Wall Street. La imperial águila de cuello blanco posó su mirada en ese nuevo enemigo que le amenazaba. El rey debería volver a repartir el botín entre sus vasallos.
Para ello, su majestad el Capital presentó al pueblo al nuevo Atila que amenazaba la "pax romana". Los otrora soldados de Dios, fueron debidamente maquillados y reconvertidos en la bestia de siete cabezas.
¡Pogromo al infiel!, proclamaba el tercer estado. Corazón de León volvió a codiciar el grial de Saladino, los santos cruzados devolvieron la ley a la antigua tierra de Hammurabi. La ley de los mercaderes, la ley de los esclavistas, se entiende.
Pero todo lo que comienza tiene un final. El bárbaro Odoacro remató con su espada el tesoro que codiciaba. Los 40 ladrones actuales provocaron ellos mismos el hambre, la miseria y la desgracia. Ellos mismos escupieron en las tablas de la ley de David, la libertad de mercado no entiende de mandamientos.
Y estalló. Como una ola se extendió por el corazón de los pueblos oprimidos, nido de serpientes y de sátrapas. En el corazón de la misma Babilonia sus habitantes comenzaban a señalar. Comenzaban a despertar del letargo. ¡El emperador no lleva traje, está desnudo!
No nos engañemos, aún queda un largo camino que recorrer. La hidra burguesa desata sus ejércitos sobre los pueblos oprimidos y sobre sus enemigos de clase. La bestia parda vuelve a resurgir. Pero todo Napoleón tiene su Waterloo. No hay nada que pueda con la clase más revolucionaria de la Historia, la marea roja volverá a barrer de inmundicia la faz de la Tierra y enterrará la podredumbre en el basurero de la Historia.
No importan sus lacayos, sus voceros, los nuevos Kautsky, los chovinismos, o sus cosacos. El ejército proletario echará a andar. El fantasma de la Comuna regresó para demoler las doradas cúpulas del Kremlin. El fantasma de Ilich volverá para demoler las doradas arcas de sus financieros. ¡Que Leptis Magna sea el Stalingrado del capital!
Adil Hoxha para "Sevilla Socialista"
La antigua Leptis Magna, en la actual Libia |
Hoy, como hace un siglo durante la Gran Guerra, las potencias imperialistas desatan ríos de sangre en pos de un nuevo reparto económico del mundo, una reorganización programada de la explotación a los países dependientes y un nuevo saqueo a las fuentes y materias primas de las nuevas colonias. Hoy, como hace 100 años fueron Polonia, Galitzia, el África Negra, Armenia u Oriente Medio, es Libia la nación que sufre la agresión de estos depredadores del gran capital.
¿Su delito? Sencillo, el territorio que hace 2.000 años albergó ese faro del comercio mediterráneo que fue Leptis Magna descansa sobre un inmenso océano de combustible fósil. El oro negro, el oro maldito, la negra máscara de la muerte. De la muerte se forma y la muerte produce. Esta negra peste y su guadaña se yerguen sobre las vidas de pueblos y naciones, para aumentar los beneficios de una ínfima parte de la Humanidad.
El Occidente complacido en su nihilismo, el Occidente de la comida rápida, el Occidente del consumo futil e inmediato, del trabajo basura y el sexo fácil, mira hacia otro lado. Consume información prefabricada de fácil digestión, que sirve para aliviar su conciencia. Estamos derrocando a un tirano y liberando al pueblo, loan los mamporreros mediáticos del capital. El ciudadano, feliz en su crisálida, no se plantea siquiera el dilema moral de que él es cómplice de los asesinos, él forma parte del entorno, él apoya a una banda armada mafiosa y extorsionadora. En definitiva, él es pro-capitalista.
¿Puede pues el ciudadano despertar de su crisálida y convertirse en una roja mariposa? Puede, debe y lo hará. Esa hercúlea fortaleza moral que es la conciencia de clase, aún dormida, no puede más que despertar y barrer de un plumazo a todos los parásitos de la Tierra. Por mucho que su presente sea encadenarnos una y otra vez como a los personajes del platoniano mito de la caverna, la verdad acaba por romper todas las barreras.
La fuerza libertadora, la clase obrera, resurge una y otra vez de sus cenizas. Muchos dieron por muerta y enterrada a la inmortal obra del camarada Lenin tras la caída de los mercaderes del tempo revisionista soviético. Muchos renegaron, regresaron los oportunistas, los liquidadores. Otros se retiraron a una vida eremita conservando intacto el ideal, pero perdiendo todo contacto con la masa. Esta vez David no tenía siquiera una honda a mano para resistir a Goliat, la nueva correlación de fuerzas dio vía libre a los bárbaros para saquear la nueva Roma roja, templada por el acero.
Falsos profetas nos prometieron el fin de la Historia, la desaparición de las guerras, un nuevo amanecer para la especie humana. Heraldos de los jinetes del Apocalipsis eran. Sin ningún muro de contención, el doctor Frankenstein no pudo contener a la bestia que él mismo había creado.
Nuevos contendientes entraron a la batalla, un milenario imperio, otrora timonel de los pueblos en lucha, despertaba y asediaba la fortaleza de Wall Street. La imperial águila de cuello blanco posó su mirada en ese nuevo enemigo que le amenazaba. El rey debería volver a repartir el botín entre sus vasallos.
Para ello, su majestad el Capital presentó al pueblo al nuevo Atila que amenazaba la "pax romana". Los otrora soldados de Dios, fueron debidamente maquillados y reconvertidos en la bestia de siete cabezas.
¡Pogromo al infiel!, proclamaba el tercer estado. Corazón de León volvió a codiciar el grial de Saladino, los santos cruzados devolvieron la ley a la antigua tierra de Hammurabi. La ley de los mercaderes, la ley de los esclavistas, se entiende.
Pero todo lo que comienza tiene un final. El bárbaro Odoacro remató con su espada el tesoro que codiciaba. Los 40 ladrones actuales provocaron ellos mismos el hambre, la miseria y la desgracia. Ellos mismos escupieron en las tablas de la ley de David, la libertad de mercado no entiende de mandamientos.
Y estalló. Como una ola se extendió por el corazón de los pueblos oprimidos, nido de serpientes y de sátrapas. En el corazón de la misma Babilonia sus habitantes comenzaban a señalar. Comenzaban a despertar del letargo. ¡El emperador no lleva traje, está desnudo!
No nos engañemos, aún queda un largo camino que recorrer. La hidra burguesa desata sus ejércitos sobre los pueblos oprimidos y sobre sus enemigos de clase. La bestia parda vuelve a resurgir. Pero todo Napoleón tiene su Waterloo. No hay nada que pueda con la clase más revolucionaria de la Historia, la marea roja volverá a barrer de inmundicia la faz de la Tierra y enterrará la podredumbre en el basurero de la Historia.
No importan sus lacayos, sus voceros, los nuevos Kautsky, los chovinismos, o sus cosacos. El ejército proletario echará a andar. El fantasma de la Comuna regresó para demoler las doradas cúpulas del Kremlin. El fantasma de Ilich volverá para demoler las doradas arcas de sus financieros. ¡Que Leptis Magna sea el Stalingrado del capital!
Adil Hoxha para "Sevilla Socialista"
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